VIAJES DE GULLIBER Swift, Jonathan - Los viajes de Gulliver | Page 14
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y andar no pueden describirse. Las cadenas que me sujetaban la pierna izquierda eran de
unas dos yardas de largo, y no sólo me dejaban libertad para andar hacia atrás y hacia
adelante en semicírculo, sino que también, como estaban fijas a cuatro pulgadas de la
puerta, me permitían entrar por ella deslizándome y tumbarme a la larga en el templo.
Capítulo 2
El emperador de Liliput, acompañado de gentes de la nobleza, acude a ver al autor en su
prisión. -Descripción de la persona y el traje del emperador.- Se d esignan hombres de
letras para que enseñen el idioma del país al autor.- Éste se gana el favor por su condición
apacible.- Le registran los bolsillos y le quitan la espada y las pistolas.
Cuando me vi de pie miré a mi alrededor, y debo confesar que nunca se me ofreció más
curiosa perspectiva. La tierra que me rodeaba parecía toda ella un jardín, y los campos,
cercados, que tenían por regla general cuarenta pies en cuadro cada uno, se asemejaban a
otros tantos macizos de flores. Alternaban con estos campos bosques como de media
pértica; los árboles más altos calculé que levantarían unos siete pies. A mi izquierda
descubrí la población, que parecía una decoración de ciudad de un teatro.
Ya había descendido el emperador de la torre y avanzaba a caballo hacia mí; lo que
estuvo a punto de costarle caro, porque la caballería, que, aunque perfectamente
amaestrada, no tenía en ningún modo costumbre de ver lo que debió de parecerle como si
se moviese ante ella una montaña, se encabritó; pero el príncipe, que es jinete excelente, se
mantuvo en la silla, mientras acudían presurosos sus servidores y tomaban la brida para que
pudiera apearse Su Majestad. Cuando se hubo bajado me inspeccionó por todo alrededor
con gran admiración, pero guardando distancia del alcance de mi cadena. Ordenó a sus
cocineros y despenseros, ya preparados, que me diesen de comer y beber, como lo hicieron
adelantando las viandas en una especie de vehículos de ruedas hasta que pude cogerlos.
Tomé estos vehículos, que pronto estuvieron vaciados; veinte estaban llenos de carne y diez
de licor. Cada uno de los primeros me sirvió de dos o tres buenos bocados, y vertí el licor
de diez envases -estaba en unas redomas de barro- dentro de un vehículo, y me lo bebí de
un trago, y así con los demás. La emperatriz y los jóvenes príncipes de la sangre de uno y
otro sexo, acompañados de muchas damas, estaban a alguna distancia, sentados en sus sillas
de manos; pero cuando le ocurrió al emperador el accidente con su caballo descendieron y
vinieron al lado de su augusta persona, de la cual quiero en este punto hacer la
prosopografía. Es casi el ancho de mi uña más alto que todos los de su corte, y esto por sí
solo es suficiente para infundir pavor a los que le miran. Sus facciones son firmes y
masculinas; de labio austríaco y nariz acaballada; su color, aceitunado; su continente,
derecho; su cuerpo y sus miembros, bien proporcionados; sus movimientos, graciosos, y
majestuoso su porte. No era joven ya, pues tenía veintiocho años y tres cuartos, de los
cuales había reinado alrededor de siete con toda felicidad y por lo general victorioso. Para
considerarle mejor, me eché de lado, de modo que mi cara estuviese paralela a la suya,
mientras él se mantenía a no más que tres yardas de distancia; pero como después lo he
tenido en la mano muchas veces, no puedo engañarme en su descripción. Su traje era muy
liso y sencillo, y hecho entre la moda asiática y la europea; pero llevaba en la cabeza un
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