VIAJES DE GULLIBER Swift, Jonathan - Los viajes de Gulliver | Page 129

123 Las jacas y las crías observaban conducta muy respetuosa, y el dueño y la dueña se deshacían en amables extremos con su huésped. El rucio me mandó que me pusiera a su lado, y él y su amigo tuvieron larga conversación referente a mí, según pude conocer en que el invitado me miraba con frecuencia y en la frecuente repetición de la palabra yahoo. Se me ocurrió ponerme los guantes, lo que pareció sorprender grandemente al rucio amo, que mostraba con señales de asombro lo que yo me había hecho en las patas delanteras; llevó a ellas el casco tres o cuatro veces, como dándome a entender que las volviese a su forma primitiva, lo que hice quitándome los guantes y guardándomelos en el bolsillo. Esto determinó nueva charla, y pude apreciar que la compañía estaba contenta con mi conducta, de lo que no tardé en tocar los buenos efectos. Me mandaron decir las pocas palabras que sabía, y mientras comían, el amo me enseñó los nombres de la avena, la leche, el fuego, el agua y otras cosas. Pude pronunciarlos inmediatamente detrás de él, pues desde mi juventud tengo gran facilidad para aprender idiomas. Cuando la comida terminó, el caballo amo me llevó aparte y con señas y palabras me dio a comprender el cuidado con que le tenía que yo no hubiese comido nada. Avena, en su lengua, se dice hluunh. Pronuncié esta palabra dos o tres veces; pues aunque al principio rechacé la avena, lo pensé mejor y calculé que podría discurrir modo de hacer con ella una especie de pan que, sumado a la leche, bastase para conservarme la vida hasta que pudiera escapar a otro país y unirme a individuos de mi especie. El caballo ordenó inmediatamente a una yegua blanca, criada de su propia familia, que me llevase una buena cantidad de avena en una especie de bandeja de madera. La calenté al fuego lo mejor que pude hasta que se desprendieron las cáscaras, que me ingenié para separar del grano; molí y majé éste entre dos piedras, y luego, echando agua, hice una especie de pasta o torta que tosté al fuego y comí caliente con leche. Al principio me pareció una comida muy insípida, aunque es bastante corriente en muchos puntos de Europa; pero con el tiempo fue haciéndoseme más tolerable; y como a menudo me había visto reducido en mi vida a alimentarme con dificultad, no era aquélla la primera vez que experimentaba cuán poco basta para satisfacer a la naturaleza. Y no puedo por menos de advertir que mientras estuve en aquella isla no sufrí una hora de enfermedad. Es verdad que algunas veces logré atrapar un conejo con lazos hechos de cabellos de yahoo, y con frecuencia cogía hierbas saludables, que hervía, o comía como ensaladas, con mi pan. Y aun a las veces, como excepción, hacía un poco de manteca y bebía el suero. Al principio sufría mucho por la falta de sal, pero pronto me hizo a ella la costumbre, y estoy seguro de que el uso frecuente de la sal entre nosotros es un efecto de la sensualidad, y se introdujo en un principio como excitante para beber, menos cuando es preciso para la preservación de carnes en largos viajes o en sitios apartadísimos de los grandes mercados. Porque yo no he observado en animal ninguno, salvo en el hombre, tal afición; y por lo que a mí se refiere, cuando salí de aquel país, pasó bastante tiempo primero que pudiese sufrir el gusto de la sal en nada de lo que comía. Cuando fue anocheciendo, el caballo amo mando que se dispusiera un sitio para albergarme; estaba a sólo seis yardas de la casa y separado del establo de los yahoos. Llevé allí un poco de paja, me tapé con mis ropas y dormí profundamente. Pero al poco tiempo me acomodé mejor, como el lector verá más adelante, al tratar circunstancialmente mi modo de vivir. Capítulo 3 129