VIAJES DE GULLIBER Swift, Jonathan - Los viajes de Gulliver | Page 128
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amo y criado compararon diligentemente nuestra fisonomía, repitiendo muchas veces,
conforme lo hacían, la palabra yahoo. Es imposible pintar el horror y el asombro que sentí
cuando aprecié en aquel animal abominable una perfecta figura humana. Cierto que el
rostro era ancho y achatado, la nariz hundida, los labios gruesos y la boca grande; pero
estas diferencias son comunes a todas las naciones salvajes, donde las facciones de la cara
se desfiguran por dejar los naturales a sus hijos que se arrastren contra el suelo o por
llevarlos a la espalda con las caras aplastadas contra los hombros de la madre. Las patas
delanteras del yahoo no se diferenciaban de mis manos sino en la longitud de las uñas; la
aspereza y obscuridad de las palmas y lo peludo de los dorsos. Las mismas semejanzas con
las mismas diferencias había entre nuestros pies, cosa que yo sabía perfectamente, pero no
los caballos, a causa de mis zapatos y medias; las mismas entre todas las partes de nuestros
cuerpos, excepto por lo que toca al pelambre y el color que ya he descrito anteriormente.
Lo que parecía causar gran perplejidad a los dos caballos era ver el resto de mi cuerpo
tan diferente del de un yahoo, lo que yo tenía que agradecer a mi vestido, aunque ellos no
tuviesen del hecho la menor idea. El potro alazán me ofreció una raíz, sujetándola, según su
modo y conforme a lo descrito en el lugar oportuno, entre el casco y la cuartilla; yo la tomé
en la mano, y después de olerla se la devolví con toda la corrección que pude. Sacó de la
covacha del yahoo un trozo de carne de burro, tan maloliente que me hizo apartar la cara
con repugnancia; se la arrojó entonces al yahoo, que la devoró ansiosamente. Me presentó
luego un manojo de heno y una cerneja llena de avena; pero yo moví la cabeza en señal de
que ninguna de las dos cosas era comida propia para mí. Y muy de veras me asaltó el temor
de morirme de hambre si no acertaba a encontrar algún ser de mi misma especie, pues por
lo que hacía a aquellos inmundos yahoos, aunque por aquel tiempo había pocos amantes de
la Humanidad más ardientes que yo, confieso que no vi nunca un ser sensible tan detestable
en todos los aspectos; y durante toda mi estancia en aquel país, cuanto más me ac