La guerra cristera que comenzó en 1926 incendió estados y regiones cercanas y empujó hacia Aguascalientes una inmigración que a la postre le ha significado un enriquecimiento; aquel núcleo poblacional que huyendo de la guerra se asentó en nuestro estado, constituyó el germen de lo que sería la segunda cuenca lechera del país y un gran centro distribuidor de ganado; por otra parte, el éxodo de tantas gentes de los Altos de Jalisco principalmente, reforzó los elementos torales de la cultura local.
Los primeros colonos que se asentaron aquí en la segunda mitad del siglo XVI fundaron huertos frutales que todavía hace pocos años seguían regalando con sus deliciosas manzanas a los paladares de propios y extraños, y aunque el avance implacable de la urbanización fue tragándose poco a poco estos huertos, la vocación fruticultora de Aguascalientes se fue extendiendo por toda la región. Este amor a la tierra ha sido transmitido de generación en generación.
Prueba de esto es el hecho de que hoy somos los primeros productores nacionales de guayaba, importantes exportadores de verduras congeladas y fuertes cosecheros de durazno. Hoy nos unen con los cuatro vientos magníficas autopistas y una red profusa de caminos vecinales, y contamos también con un aeropuerto capaz de recibir toda clase de aviones; seguimos siendo, pese a los cambios vividos en este sector, un importante centro ferrocarrilero. Es importante mencionar que el lema del escudo de Aguascalientes reza así: "Agua clara, claro cielo, buena tierra y gente buena", lo cual describe con gran precisión, mucho de lo que hoy es este pujante estado.