Hemos sido buenos cristianos y no que-
remos ser amontonados con un puñado
de perdedores inmorales que no hacen
nada más que poner su confianza en
Cristo, al que nos hemos esforzado por
imitar y obedecer durante tanto tiempo.
(Te damos gracias, oh Dios, porque no
somos como el resto de las personas,
avaras, deshonestas, adulteras o, en
este aspecto, como este defraudador).
Supongamos que aceptamos un de-
safío: Abandonamos la farsa. Dejamos
atrás las tácticas del legalismo y el te-
mor. Dejamos de pretender que somos
merecedores y justos, admitimos que
somos pecadores sin esperanza, sin
nada que presentar en nuestro favor y
ponemos nuestra confianza en Jesu-
cristo, por cuya causa Dios justifica a los
injustos: “Sin embargo, al que no traba-
ja, sino que cree en el que justifica al
malvado, se le toma en cuenta la fe co-
mo justicia” ( Romanos 4:5) .
Deja atrás el sinsentido sobre que
e so significa que podríamos “salir y pe-
car todo lo que quisiéramos, puesto que
estamos ya perdonados”. Nadie que
confía en Dios quiere pecar. Cuando
confías en que Dios te ama y te perdo-
na, deseas ser como Jesús; no quieres
pecar. Pero cuando lo hacemos, a pe-
sar de que no queremos hacerlo, tene-
mos a un abogado para con el Padre:
“Mis queridos hijos, os escribo estas co-
sas para que no pequéis. Pero si alguno
peca, tenemos ante el Padre a un inter-
cesor, a Jesucristo, el Justo. Él es el sa-
crificio por el perdón de nuestros peca-
dos, y no solo por los nuestros sino por
los de todo el mundo” (1 Juan 2:1-2) . Y
Dios nos dice esto para que no peque-
mos, como afirma el versículo 1, no pa-
ra que lo hagamos.
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Es como lo que Pablo le dijo a Tito: “En
verdad, Dios ha manifestado a toda la
humanidad su gracia, la cual trae salva-
ción y nos enseña a rechazar la impie-
dad y las pasiones mundanas. Así po-
dremos vivir en este mundo con justicia,
piedad y dominio propio, mientras
aguardamos la bendita esperanza, es
decir, la gloriosa venida de nuestro gran
Dios y Salvador Jesucristo. Él se entre-
gó por nosotros para rescatarnos de to-
da maldad y purificar para sí un pueblo
elegido, dedicado a hacer el bien” (Tito
2:11-14) .
Es la gracia la que nos enseña a de-
cir no a la impiedad y las pasiones
mundanas. Es la gracia de Dios la que
nos mueve a hacer lo que es bueno.
Saber que estamos ya perdonados y
que hemos sido aceptados por el amor
incondicional de Dios en Cristo no nos
lleva al taller del diablo, sino a una rela-
ción más profunda con nuestro Padre
amoroso, con nuestro Señor y Salvador
Jesucristo por medio del Espíritu Santo.
¡El evangelio es así de simple! ¡Es bue-
nas noticias verdaderamente!
Verdad y Vida Julio - Septiembre 2017
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