milia. También recuerdo que saqué el
dinero de mi hucha de cerdito y lo sumé
a los diez dólares que tenía en la cartera y luego lo cambié todo por billetes de
un dólar para que mi cartera pareciera
estar llena de dinero. Sabía que me
haría sentirme como ¡un millonario en la
tienda de golosinas!
Todavía recuerdo esos regalos en el
Día del Padre. Esos recuerdos me hacen pensar en el amor de mi padre, de
mi abuelo y de nuestro Padre celestial.
Pero hay más en la historia.
No hacía ni una semana desde que
me dieron la cartera y el dinero cuando
la perdí. ¡Estaba derrumbado! Debió de
caerse del bolsillo de atrás de mi pantalón cuando estaba en el cine con mis
amigos. La busqué incansablemente
durante varios días pero no la encontré.
Ahora, unos cincuenta y dos años después todavía siento el dolor de aquella
pérdida, no por el valor monetario, sino
porque, como regalos de mi abuelo y de
mi padre, tenían un gran valor sentimental. Lo interesante es que la tristeza
duró solo un breve tiempo pero los recuerdos agradables del amor que me
expresaron mi abuelo y mi padre han
permanecido.
Aunque valoré sus generosos regalos estimé el amor expresado por mi
padre y mi abuelo. ¿No es eso lo que
quiere Dios de nosotros, que apreciemos la profundidad y la riqueza de su
amor incondicional? Jesús nos ayuda a
comprender la profundidad y la anchura
de ese amor en sus parábolas de la
oveja y la moneda perdidas y en la del
hijo pródigo. Estas parábolas registradas en Lucas 15 demuestran el amor
apasionado del Padre celestial por sus
16
Verdad y Vida Enero – Febrero 2017
hijos, y nos muestran como Dios se alegra de encontrar a los que están perdidos. Al hacerlo, estas parábolas señalan
al Hijo encarnado de Dios (Jesús), que
vino a encontrarnos y a llevarnos a casa, a su Padre. Jesús no solo nos revela al Padre, revela su deseo de venir a
nosotros en nuestra pérdida y llevarnos
a su amorosa presencia. Siendo amor
puro, Dios nunca deja de mencionar
nuestros nombres con su amor.
Como el poeta y músico, Ricardo
Sánchez escribió: “El Diablo conoce tu
nombre pero te llama por tus pecados.
Dios conoce tus pecados pero te llama
por tu nombre”. La voz de nuestro Padre celestial llega a nosotros por su Palabra (Jesús), por medio del Espíritu. La
Palabra juzga el pecado en nosotros,
venciéndolo y alejándolo “tan lejos como está el oriente del occidente”. En lugar de condenarnos, la Palabra declara
el perdón de Dios, nos afirma y santifica.
Cuando nuestros oídos y corazones
están sintonizados con la Palabra del
Dios viviente podemos comprender su
palabra escrita, la Biblia, como Dios pretende y él quiere que transmita el mensaje de su amor por nosotros. Romanos
8 muestra esto claramente, uno de mis
pasajes favoritos de las Escrituras. Empieza con esta declaración: “Por lo tanto, ya no hay ninguna condenación para
los que están unidos a Cristo Jesús”
(Romanos 8:1). Luego finaliza con este
poderoso recordatorio del amor inacabable e incondicional de Dios por nosotros: “Pues estoy convencido de que ni
la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los
demonios, ni lo presente ni lo por venir,
ni los poderes, ni lo alto ni lo profundo,
ni cosa alguna en toda la creación, powww.comuniondelagracia.es