los hombres de la tierra tendrían la posibilidad de conocer y recibir las bendiciones del único Dios.
La encarnación del Hijo de Dios no
sucedió porque el pueblo de Israel, o el
resto del mundo se lo pidiesen a Dios, y
menos aún porque nos lo mereciésemos. Todo fue hecho de acuerdo al plan
que Dios tenía en mente para rescatar a
la humanidad de sus propios caminos y
depravación. “Porque de tal manera
amó Dios al mundo, que ha dado a su
Hijo unigénito, para que todo aquel que
en él cree, no se pierda, mas tenga vida
eterna. Porque no envió Dios a su Hijo
al mundo para condenar al mundo, sino
para que el mundo sea salvo por él”
(Juan 3: 16-17). Dios amó tanto al
mundo que nos dio a su Hijo unigénito
como un regalo para llevarnos a tener
comunión con él.
Cristo nos ha sacado de las tinieblas
para llevarnos a su luz. Y por medio de
esta relación con Cristo somos santificados, transformados, para convertirnos
más semejantes a él.
José y María se quedaron maravillados por lo que Simeón había dicho
acerca del niño. María, sin decirle nada,
reflexiona para sus adentros en lo que
ha tenido que sufrir, ya que todos, menos José después de que le hablara un
ángel, le habían dado la espalda creyendo que se había quedado embarazada antes de casarse. Pero ella tenía
paz y quietud en su corazón, ya que todo había sido obra del Espíritu de Dios.
Mientras María pensaba en eso, el
anciano les dio su bendición y fijando su
mirada en ella le dijo: “Este niño está
destinado a causar la caída y el levan12
Verdad y Vida Enero – Febrero 2017
tamiento de muchos en Israel, y a crear
mucha oposición, a fin de que se manifiesten las intenciones de muchos corazones. En cuanto a ti, una espada te
atravesará el alma” (Lucas 2: 34-35).
Simeón estaba anunciando lo que
después sería una realidad. En su ministerio terrenal, y posteriormente a través del Espíritu Santo, Jesús no sería
acogido unánimemente: unas personas
lo acogerían en sus corazones y lo recibirían como Salvador y Señor de sus
vidas, y otros lo rechazarían. El anciano
estaba anunciando que ante Jesús hay
que tomar siempre una opción, y cualquiera que sea la decisión que se tome
siempre habrá una consecuencia: quien
lo acepta y lo recibe encuentra en él la
salvación (levantamiento), que Dios da
gratuitamente a todos; y quien lo rechaza y no lo recibe, seguirá viviendo durante su vida en oscuridad, no tendrá la
bendición de gozar de una relación de
amor viva y activa con Dios, que produce seguridad y paz inefable, y al final
tendrá que vérselas con él (caída).
Si no lo has visto ya, tú puedes ver
lo que vio el anciano Simeón. Solo tienes que abrir un poco los ojos de tu espíritu y pedirle a Dios que te permita ver
a tu Salvador. Después aceptarlo y recibirlo en tu corazón como tu Salvador y
Señor personal. Hacerlo te cambiará la
vida y la forma en la que ves el mundo.
Vivirás sintiéndote seguro y en paz y
gozarás de una relación personal con
Jesucristo por medio del Espíritu ahora,
y cuando te llegue la hora de despedirte
de este mundo lo harás con su paz sabiendo que te aguarda la plenitud de la
nueva vida en relación eterna de amor
con Dios en su reino.
www.comuniondelagracia.es