El día trascurre con normalidad, afortunadamente el clima cam-
bia y así mismo el incremento de los clientes, que ahora son
más. El parque toma una apariencia más amable pues los niños
junto con sus padres se ven a lo largo de la plaza y así mismo la
cantidad de vendedores ambulantes. Unos vendiendo bonice,
helados caseros, manillas, obleas, ceviches, minutos y todo lo
que uno se pueda imaginar. “Este es un trabajo como cualquie-
ra, muchos vivimos de esto y sostenemos desde hace años a
nuestra familias, inclusive heredamos este trabajo, y eso es lo
que la gente y el gobierno no entiende, si es cierto que hay algu-
nos pillos que se camuflan en puestos ambulantes para vender
droga y otros avispados que nos cobran por estar aquí, pero no
hacemos nada malo, solo trabajamos para vivir decentemente,
de hecho hay algunos compañeros que si les ha tocado es mas
bien por necesidad, por la cuestión del desempleo y otros que
llegan de distintos lugares disque buscando un mejor futuro y les
toca lucharla en la calle vendiendo dulces o subiéndose a los
buses vendiendo manillas” cuenta Fernando.
A eso de las seis de la tarde, el día laboral de Fernando
llega a su fin, porque el mango biche no se vende muy
bien en las noches, y así mismo como armo su puesto de
trabajo en la mañana, levanta y desarma todo para em-
prender el largo viaje hasta su casa “yo con gusto lo
guardaría en un parqueadero, donde guardan las carre-
tas mi colegas maso menos a dos cuadras, pero no me
puedo dar esos lujos, prefiero esforzarme y guardarme
los cinco mil pesos; esos me sirven más para la comida
de mi familia o para ahorrar para cuando no hay mucha
venta” expresa Fernando al mismo tiempo que empuja su
carro rumbo hacia su hogar, con la satisfacción de llevar
lo necesario para que su familia viva bien.