Mi amada Marlene
Con mi manos sudorosas y estrangulando mis recuerdos, quedé
vencido ante ti. He tratado de borrar mis pensamientos que te añoran,
te desean e imploran que estés aquí. Más allá de respetar tus deseos de
sucumbir sola ante la adversidad que hoy te abriga; todo mi ser se niega
a renunciar a dejarte morir sin mí, porque si bien tuyo es el deseo de
estar sola, mía es la esperanza de no dejarte ir.
¿Qué temes, amada mía? ¿Que mis ojos no vean el cuerpo que por
tanto tiempo fue mío? o ¿Que tu alma desnuda no sea suficiente para
llenar cada poro de mi piel? ¿Cuándo te darás cuenta que nuestro amor
va más allá de lo banal? ¿No ha sido suficiente tocar el cielo? Entonces,
¿por qué no puedo tocar el infierno junto a ti?
Te he amado tanto; los años no han cambiado mi sentir. Aún
recuerdo aquella noche de juramentos, donde no existía nada que no
lográramos vencer; fue suficiente beber de tus labios para quedar
marcado por toda la eternidad. Así ha sido siempre, un sentimiento que
trasciende lo razonable, fundidos en la pasión del más puro y sincero
amor.
¡Mi vida!, ¡no tengas miedo! y menos de lo que mis ojos puedan
ver. Recuerda que tus pechos fueron míos tanta veces, que no necesito
detallar que falta uno, para sentir lo que realmente son. Te he dibujado
tanto con mis dedos, que la memoria de mis manos son suficientes para
darle forma a cada parte de tu cuerpo. Las huellas de una cruel
enfermedad, no me pueden castigar por lo que no he sembrado ni he
quitado. Si de mí estuviera, bebería cada una de tus células malignas y
las haría mías, para sufrir por ti.
¡No me castigues! ¡Te lo imploro! No me niegues a estar sin ti. No
dejes que mi alma se llene de odio hacia el ser divino que te creó.
Déjame vivir; porque al sumergirte en tu claustro lleno de silencio y de
renuncias, sólo haces tuyas las lágrimas que son de los dos. Jamás
olvides, amada mía, que ante Dios juré ser tuyo hasta morir.
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