-¿Y ora, wei? ¿Qué te picó?
-Nada, mi amorcito; solo quiero que tomes algo sabroso.
-Bueno, tráemela. Pero que no esté muy caliente ni muy tibia…
-Es decir, tesoro, lo quieres “a medios chiles”.
-Así es, pendejo. Pero muévete, no quiero verte delante de mí; me
provocas náuseas.
-Sí, sí, ya voy, ya voy, mujercita linda.
Y el hombre se fue la cocina para poner a calentar un chacape con
agua en la estufa, y cuando calculó que ya estaba en su punto, la vació
en una taza a la que le mezcló dos cucharadas de leche en polvo, una de
café también en polvo, tres de azúcar, y sacando de entre sus ropas un
pequeño frasco, le vació unas gotas de su contenido.
Con una cuchara revolvió todo muy bien y con la taza en un plato
dirigió sus pasos a donde estaba su esposa.
-Aquí tienes, mi amor. ¿Quieres un pedazo de pan?
-Pues trailo.
Y doña Abigail sorbió dos gruesos tragos, mientras don Aristeo
cerraba las puertas de la tienda para que nadie viera cómo la mujer se
desvanecía, hasta quedar patisuelta en el piso.
Por supuesto que al hombre lo metieron al bote, y allí les contaba a
sus compañeros que, aunque encerrado, por fin había encontrado, si no
la felicidad, sí la paz y la tranquilidad que tanto anhela su alma desde
hacía tiempo.
Jorge Martínez “Volivar” (Sahuayo de Morelos, México)
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