Sábado a la noche. El grupo de amigas salió a divertirse, Clara no
imaginó que aquella sería su tan ansiada noche, “él” estaba allí.
Un baile fue el motivo esencial para el encuentro y a partir de allí no
se separaron más. Rodrigo debía partir, ya lo tenía planeado, quería
forjar un futuro en un lugar remoto de la Patagonia, siempre lo había
deseado y a través de la gestión de un tío había conseguido este puesto
de guarda fauna. Le insinuó compartir esta nueva etapa, ella no lo dudó,
y así fue como llegaron a este lugar.
Todo era lúdico al principio, la belleza del entorno, la proximidad de la
montaña, el valle que se extendía ante la vista, cual si fuera una postal.
Un par de kilómetros hacia el sur un lago completaba el panorama.
La pareja vivía feliz, siendo tan compinches sin apartarse casi nunca,
solo cuando él debía hacer su recorrida mensual, eran un par de días en
los cuales recorría el parque a caballo acompañado por un lugareño, era
una larga travesía.
Clara debía quedarse sola. Le costaba hacerlo, sobre todo por las
noches, pero con el tiempo fue dominando el miedo. El vecino más
cercano estaba lejos, cruzando el río, y se veían muy poco, así que
pasaba esos días cuidando sus animales y una huerta que les brindaba el
sustento.
Aprendió a soportar la crudeza del invierno. El hecho de estar tan
cerca de la cordillera lo tornaba más cruel, solían quedar aislados
durante semanas, al volver, el sol dibujaba una sonrisa en el rostro de
Clara
Aquel invierno había sido duro, ya la primavera templaba el
ambiente, la nieve casi había desaparecido, una nueva alegría dominaba
a la pareja; Clara lucía una panza de siete meses, y por las noches
barajaban miles de nombres para el que seguro iba a ser un varón. En
sus pocos ratos libres él había construido una cuna con madera del
lugar. Ella no se sentía muy bien, había bajado de peso, producto de un
estado gripal que la afectó durante el invierno, como no pudo salir por la
intensa nevada debió curarse solo a medias, todavía la tos la agitaba y
debía sentarse a descansar. Algunas veces solo quedaba recostarse
hasta sentirse mejor.
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