Vagabond Multilingual Journal Spring 2014 | Page 26
Finalmente, como si fuera poco, le enviaba un mensaje amigable, mientras hacía un bollo la carta y pensaba
“¿Qué mierda estaba haciendo?”. También escribía cuentos sobre él y no se lo decía. Y cuando se lo decía, le
pasaba los que no eran profundos y no me delataban. También pensaba en todo lo que le iba a contar de mi
vida cuando lo viese y no se lo contaba. O pensaba en cómo iba a rechazar un posible beso suyo en algún
encuentro casual y lo terminaba besando yo. Las contradicciones, por un lado, se debían a mi orgullo, y por el
otro, a que no podía permitirme ser egoísta y hacerlo sentir incómodo. Y tal vez también temía que se alejara
de mí…
Pero no estaba enamorada de él. Era diferente. Las personas tienden a encasillar estas descripciones
y actitudes de material de personas enamoradas. Ven demasiadas películas. Yo no estaba enamorada de él,
porque cuando yo me enamoraba no había punto medio. Si hubiese estado tan perdidamente enamorada de
él, le habría revelado en boca propia el tema meloso del misticismo y, entonces, habría tenido que tragarme mi
orgullo. Además, él era el romántico. No yo. Él había estado muchos años con una persona, él había llegado a
comprometerse, él había vivido los dramas amorosos. Yo era una persona con muchas novelas de Jane Austen
encima, que era diferente. Por eso sabía que él era una especie de Mr Darcy del siglo XXI: un Mr Darcy un
poco más imperfecto, eso es todo, un Mr Darcy con otros defectos además del orgullo y el prejuicio. Esa era
la parte que no me costaba entender de él, esa era la parte que me conmovía. Y qué importaba que fuera
hombre, si hubiese sido una mujer también lo habría reconocido como parte de mis escritos, solo que habría
sido otro tipo de construcción. Probablemente, habría sido la de la mujer ideal, la mujer que me gustaría ser a
mí. Tampoco era la única construcción, era posible que hubiese otras construcciones caminando por la calle
y yo no lo supiese.
Julien tomaba clases de canto y escribía con buena gramática y ortografía. Julien era curioso y hábil
leyendo mentes. Julien leía la mente de una joven llamada Denise. Julien bebía mucho. Julien era trabajador.
Julien siempre quería aprender más. Julien vivía cerca de mi casa. Julien escuchaba la misma música que yo.
Julien dormía como una roca. A Julien le gustaba sobremanera el fútbol. Julien era serio y sincero. Julien se
amoldaba a las personas a las que amaba. Julien tenía cuenta en muchas redes sociales. Julien se alejaba de
los demás para protegerlos. A Julien no le gustaba que se preocuparan por él. Y lo único que no concordaba
con mi construcción: yo a él le era indiferente. Pero eso no importaba, a mí me alcanzaba con que él avivase
ese rincón apagado de mi imaginación y me ayudase a continuar con la escritura de capítulos abandonados y
resignados de mi vida.
No, no era un encaprichamiento del momento. Seguía conociendo personas de todo tipo y género
y cada vez estaba más segura de que él era el único que se asemejaba de verdad a mis personajes. Leía lo que
había escrito hace dos años y era él. Leía lo que había escrito hace cinco y también era él. Él estaba ahí, metido
de alguna forma. Pasaba semanas sin verlo y él seguía ahí. Y eso era innegable.
No, no lo idealizaba. Porque no me costaba identificar sus imperfecciones. Era simplemente alguien a quien
admiraba de lejos. Lo admiraba porque, en realidad, iba más allá de Darcy, era alguien con tintes de personaje
de cuento fantástico.
Me inspiraba tanto que cuando iba caminando por la calle desierta, en mi propia soledad, con la brisa
pegándome en la cara y, por la radio, escuchaba una de mis canciones favoritas, que a su vez es una de las
suyas, me desconectaba. Dejaba de ser yo y pasaba a formar parte del resto del mundo, fundiéndome con la
natura. Claramente, había cierto misticismo en eso. ¿Y si la sustancia divina infinita sí era la naturaleza? ¿Y si
había una parte de mí que no conocía y Julien me la estaba enseñando? ¿Y si al volver a ser yo, el ser consciente
de mi propia humanidad podía llevarme a producir lo inimaginable? Y no me refiero a lanzar bolas de fuego
con las manos, me refiero a algo tan simple como tener las agallas suficientes para intentar derretir a alguien
con la mirada aún cuando sé que para él soy lo más terrenal que existe. Lo impredecible, el terremoto, eso.
26