Esquema de las diferentes áreas definidas entre el paleocauce de La Vega y el cementerio de Las Ruedas.
mos dos mil años el arroyo de La Vega
vio modificada su trayectoria en este
punto concreto en más de cuarenta metros.
Hemos podido atestiguar, en definitiva, cómo la orilla izquierda del citado arroyo, en su zona de inundación
y de transición al cauce, se utilizó en el
siglo I a.C. como lugar de enterramiento
ocasional, a juzgar por la escasa densidad de tumbas atestiguadas en este espacio con respecto del superior y más
occidental constituido por gravas y arenas.
Especialmente interesante ha
sido la documentación de una escollera construida a base de grandes estelas
funerarias. Hemos conseguido algunos
indicios cronológicos que nos permiten
sugerir el momento en que se elaboró esta protección para el cementerio
contra las avenidas del arroyo. Sabemos que las estelas utilizadas en dicha
escollera se dispusieron echadas y en
paralelo al cauce en un momento indeterminado del siglo I d.C.; estas lanchas
calizas no hubieron de ser arrancadas,
simplemente fueron desplazadas desde la orilla de inundación donde ya se
encontrarían caídas como consecuencia
de la destrucción intencional de este
sector aristocrático del cementerio,
(véase campaña XXI-2010 en ANUARIO
VACCEA 2010). La presencia de tégulas
romanas entre dichas piedras o de una
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estela perfectamente tallada con posible campo epigráfico no conservado,
nos invitan a pensar en un momento
de erección de la obra como el sugerido. Pero hay otro dato muy interesante
que es la propia destrucción de parte
de la escollera al practicar el gran hoyo
de la tumba 259, un conjunto con cerámicas “de tradición indígena” y otras
netamente romanas que cabría situar
a finales del siglo I d.C., convirtiéndose
en una referencia necesariamente ante
quem para la construcción de la susodicha escollera.
En total se ha intervenido en seis
sectores de excavación (G1a5, G1a6,
G1a7, G1b5, G1b6 y G1b7), es decir, en
una extensión de 96 metros cuadrados.
Los sectores G1a4 y G1b4, contemplados en el planteamiento inicial de excavación, vinieron a coincidir por completo con el cauce del arroyo de La Vega,
por lo que finalmente fueron vaciados
por medios mecánicos para dejar constancia de la caja del arroyo hace dos mil
años, tal y como comentaremos más
adelante.
Las tumbas 253 y 256 son las
únicas que se localizaron en el límite
occidental, en un contexto geológico de
gravas y arenas. El resto de los enterramientos (254, 255, 257 a 260) lo hicieron en el llamado paleocauce, lo que
impidió en la mayoría de los casos delimitar o tan siquiera distinguir los loculi
o agujeros de las tumbas. Se documentaron además varios hoyos que no se
corresponden con tumbas y que cabría
poner en relación con ofrendas o rituales específicos vinculados a las aguas,
desarrollados en este ámbito funerario
de tan peculiar topografía.
El nivel de conservación de los
enterramientos puede calificarse de
bueno en la mayoría de los casos; solo
las tumbas 254 y 257 mostraban signos
de alteración importantes.
Como ya estamos habituados a
ver en estos momentos tardíos del siglo
I a.C., los restos óseos humanos cremados apenas alcanzan presencia en las
urnas cinerarias, de la misma manera
que las tradicionales cerámicas urdidas
o hechas a mano escasean en el conjunto de cerámicas recuperadas en todas
estas tumbas (apenas media docena del
centenar obtenido).
Aunque hablamos de ocho
tumbas, en realidad han sido once los
enterramientos detectados, ya que la
número 256 resultó ser doble y la 255
triple (dos y tres urnas cinerarias, res-
Inicios de los trabajos de excavación durant HH?[\p?XHH?L?[?[0?[Z]H^?[[?HH\??^?HH?]?\?H\?[?\?H\?[\??p?Y\?]X?Y\???