Pascual Repiso - CEVFW.
el cerebro para que la ingesta sea total. Únicamente se reserva un pequeño
fragmento de la calota craneal para propiciar una reencarnación favorable. Los
buitres son animales sagrados para los
tibetanos y, en consecuencia, los úni-
cos invitados al festín. No caben otras
aves. Se estima favorable una rápida
consumición y calamitosa la deglución
incompleta, ya que ello implica una reencarnación negativa, analogía ésta que
comparten con los parsis. Durante algún
tiempo se seguirán celebrando distintas
ceremonias y convites pues, según sus
creencias, la muerte plena no se produce hasta pasados cincuenta días.
Otro caso que destaca en la actualidad es el de los parsis, una de las
numerosas etnias iraníes que conserva
la vieja tradición procedente de Asia
Central. El zoroastrismo iraní se impone
como religión oficial del estado, a partir
del siglo III d.C, con el establecimiento
de la dinastía sasánida (Artajerjes II, 226
d.C). Con esta religión, la exposición se
convierte en el ritual por excelencia,
aunque ya se practicaba con anterioridad (fue introducida por los persas en
el siglo III a.C) quedando relegadas la
cremación y la inhumación. Con la aparición del islamismo (siglo VII d.C) los
sasánidas pierden poder y se refugian
en Asia Central y, con ellos, la práctica
expositoria, regresando así a su lugar
de origen, quince siglos después. El totalitarismo islamista, empuja a algunas
comunidades parsis a emigrar a la India,
llevando con ellas sus conductas culturales, quedando una minoría en Irán. A
pesar de que el rito original ha evolucionado, mantiene un fuerte vínculo con
su pasado atávico.
Para el zoroastrismo, la muerte
implica la destrucción de carne sacra,
considerada así porque participa de
Dios. Por ello conviene librarse cuanto
antes del cadáver. Con estas ceremonias
fúnebres se evita el contagio, gracias a
la ingesta animal; al tiempo se facilita la
ascensión, la salvación. Se consideraba
de buen augurio que el muerto fuese
engullido con rapidez y mala señal si era
obviado por los carroñeros.
Antiguamente, el expositorio o
dhakma se situaba en lugares de difícil
acceso, (elevaciones naturales), para
evitar el contagio con los cadáveres. En
su defecto, se construirán alturas artificiales en piedra denominadas “torres
de silencio” —de planta redonda y altos muros, se disponen en tres círculos
concéntricos para hombres, mujeres y
niños—. Únicamente los enterradores,
portando al difunto, pueden acceder a
estas portentosas estructuras, donde el
cuerpo sin vida y sin ropajes, reposará
como sustento de buitres. Se estima
que la contaminación mortuoria desaparece al cabo de un año, una vez que
el esqueleto queda totalmente limpio.
Por último, antiguamente se recogían
los huesos y se preservaban en un osario —en los cementerios uzbecos de
Kuyuk-kala y Tok-kala (Uzbequistán) se
aprecia el uso reiterado de la escultura
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