Hoyo de la tumba 259 que rompió la escollera.
desordenada de varios bloques calizos
de tamaño considerable.
Acondicionado ya el sepulcro,
unas cuidosas manos acomodaron el
ajuar y las ofrendas en dos niveles. El
inferior lo organizó formando dos líneas
paralelas, muy próximas a la estela y
sin rebasar su anchura. La más cercana
a la roca presentaba una sucesión de
cuatro cerámicas —vaso, cuenco, jarra
y olla—, mientras que en la segunda
se situaba un cuchillo de carnicero y un
espetón entre un cuenco y una copa,
sin abandonar en ningún momento la
disposición lineal. Después todo esto se
tapó hasta el borde superior de la jarra,
momento en el que colocaron el tercer
cuenco, único objeto del segundo nivel,
y se reanudó la cubrición con la fina
tierra extraída previamente, alcanzando la base del paleocauce. En esta cota
se situó una laja con aparente función
protectora, sobre la que se completó el
relleno con el vertido del resto del material, en el que ya hay presencia de piedras calizas y cantos rodados.
El loculus albergó un repertorio
cerámico constituido por producciones
exclusivamente torneadas, de tamaño
mediano y pequeño, que como signo
de modernidad muestran el abandono
de las tradicionales bases umbilicadas
en favor de las planas o ligeramente realzadas. El estado de conservación era
muy bueno, a excepción de una olla tosca muy fragmentada. Continuando en
dirección norte, se ubicaba una jarra de
pico con asa vertical y cuerpo lenticular
en el que se había pintado un friso metopado que incluía dos llamativas aves
de larga cola, penacho en la cabeza,
una especie de crin y patas flexionadas,
cuya pigmentación en negro resaltaba
sobre una arcilla de tonalidad blanquecina. A continuación nos encontramos
con un cuenco de pasta fina anaranjada de perfil hemisférico, con un friso
pintado en negro a base de motivos de
líneas verticales, reticulados y de arcos,
sin olvidar dos resaltes equidistantes a
modo de asas, de donde partían otros
tantos apéndices en forma de tenedor y
los trazos sobre el labio. En cuarto lugar
apareció un vaso tosco, de color gris y
perfil bitroncocónico.
Situado ya en la segunda hilera,
se descubrió una copa troncocónica de
pequeño tamaño, con pie anular, carena moldurada y borde vertical liso, de
pasta gris oscura, en la que se marcó un
graffiti ante coctionen, es decir, realizado cuando la arcilla aún se encontraba
algo tierna, antes de que la pieza se introdujese en el horno de cocción, consistente en un motivo aspado. De forma
consecutiva se localizó un cuchillo con
una hoja de 10 cm, más otros 5 cm de
mango, y un espetón de 20,5 cm, ambos
de hierro, así como otros dos fragmentos del mismo material, sin identificar.
Ya en el extremo, hallamos un pequeño
cuenco de pasta fina anaranjada y perfil
hemisférico carenado que presentaba
decoración pintada de triángulos reticulados. Por último, en el segundo nivel,
un tercer cuenco de pasta fina anaranjada, de perfil hemisférico, con decoración pintada de triángulos formados por
líneas oblicuas paralelas en el cuerpo y
trazos rectos en el labio.
La valoración funcional de los
elementos que integraban el ajuar nos
permite sugerir una lectura del conjunto, a pesar de no contar con los resultados de los análisis de los residuos. La
vinculación de la jarra y de la copa al
consumo de vino, de los cuencos a los
productos lácteos, frutos secos (cereales) o carnosos (moras), así como la del
cuchillo de carnicería y del espetón a la
preparación de alimentos, nos remiten
a la celebración del ritual del banquete
funerario, con un evidente carácter viático, en el que se hizo partícipe al finado
con el ofrecimiento de alimentos y bebidas. Un difunto del que no tenemos
constancia física ante la ausencia de
restos óseos cremados, comportamiento ya documentado en trabajos previos
para este cementerio en las cronologías
más recientes y que nos llevarían a hablar sensu stricto de cenotafios o tumbas conmemorativas.
Pero aun siendo de gran interés
lo explicado hasta el momento, lo que
suscitó nuestra atención fue la posibilidad de datar esta tumba y, en consecuencia, establecer una fecha antes de
la cual hubo de construirse la escollera. Tal objetivo ha sido posible gracias
a que algunas de las piezas vasculares,
concretamente la jarra y la copa, nos
proporcionan datos muy precisos para
determinar la cronología del depósito.
La jarra, de pasta blanquecina y
decorada con motivos animalísticos, se
adscribe sin ningún género de dudas a
la influencia de las producciones de tipo
Clunia, que se convirtieron en punto de
referencia de la cerámica pintada de
época romana y tradición indígena en
la Meseta Norte. La producción de las
nuevas variedades en los talleres de
dicha ciudad comenzó a principios de
la segunda mitad del siglo I d.C., para
hacer frente a la entrada masiva de los
Detalle de los ajuares y ofrendas de la tumba 259.
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