Vivir sinceramente nos pone en contacto con nuestro dolor en este mundo y con la sed que tenemos del cielo.
Cuando nuestros corazones están extasiados por el amor de nuestro Dios, que lo sacrificó todo por nosotros, la petición que nos hace de que amernos a los demás como Él nos ha amado se convierte en deleite y no en pura obligación.
Su perfecto amor echa fuera nuestro temor de amar ( 1 Juan 4:11,18) y abre nuestros corazones a una vida de redención que puede triunfar sobre la traición que más daño hace al corazón: la infidelidad.
Pocas cosas tienen más poder para seducir a los demás a vivir sinceramente que las historias de la obra redentora de Dios en las vidas de su pueblo.
Nuestras historias de tragedia y triunfo, sufrimiento y celebración son partes pequeñas de la historia de Dios, que es más grande.
De modo que es muy importante compartir nuestras historias para construir una comunidad de fe que recuerde cómo obró Dios en el pasado; de esperanza, que sueñe con lo que va a hacer en el futuro; y de amor, que se mueva con confianza y valor para redimir el presente del mal (Efesios 5:16).
Comparta sus historias.