Supe que era muy especial para ella, desde la época en que por su corta edad yo era en tamaño mucho más grande que ella y por eso apenas si podía sostenerme. Pasaba conmigo la mayor parte del tiempo cuando se encontraba en casa; y una vez que creció, por las mañanas muy temprano, o a veces sin ninguna razón aparente, ella iba a buscarme y entonces me salvaba de la oscuridad que da el silencio.
Con gran delicadeza me acomodaba entre sus brazos, y mientras la calidez de sus dedos se paseaban con gran maestría sobre cada una de mis cuerdas, yo podía sentir su respiración muy cerca, cuando de manera sutil recargaba una de sus mejillas encima de mi profunda curvatura de madera, en un intento por escuchar con más nitidez el sonido que las cuerdas cimbraban como el eco de mi voz, en mi interior.
Yo era tan feliz cuando eso sucedía, y a cambio le regalaba los más bellos acordes que tantas veces a ella le sirvieron para adornar sus palabras...
Yo escuchaba su voz magnificada... Tan dulce... Con esa profunda fortaleza que tan cerca de mi reconocía... Creo que al igual que a ella me estremecía escuchar el eco de tantas otras voces, cantando al unísono cada una de esas canciones que ella en mi creó.
Sé que en el plano de lo que existe y es tangible, la imaginación y lo que ya sólo prevalece en espíritu, jamás se mezclan ni se encuentran... Tal vez yo me vuelva a quedar sumida en un espacio dentro de la partitura en el que la nota indica para quien la sabe interpretar: un silencio eterno; mientras en algún lugar, punto o destino, alguien que quizá yo no conozca, escuche algo de lo que ella en otro tiempo logró expresar a través de mi voz.
Después de tanto tiempo algo me sacó de mi letargo... Había pasado tanto tiempo en el silencio, que cuando la calidez del sol ahuyentó el frío que adormeció cada una de mis cuerdas, por un instante pensé que habían sido sus manos otra vez...
"Las cosas cambian, las personas cambian, los sentimientos cambian, pero los recuerdos siempre serán los mismos"...
¡Te amamos Soraya!