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Se distinguen por una actitud sutilmente ambigua e indefinida de los padres, que termina por ser contradictoria. Tienden a ofrecer una imagen de personas dedicadas al cuidado y bienestar de los hijos pero sólo para que los demás piensen eso de ellos no por un verdadero placer de asistir al hijo. Las comunicaciones familiares están atentas sobre todo a la forma, a las apariencias y a las expectativas sociales para dar de cierta manera la imagen positiva. Por lo tanto, el niño desarrolla un sentido vago e indefinido de sí mismo y un sentimiento de desconfianza e incapacidad de reconocer sus propios estados interiores.
En las personas que presentan este tipo de estilo prevalece el temor de no estar a la altura o de permitir que vean sus propios límites, ilusionar o desilusionarse, convirtiéndose por ello en individuos capaces de evitar el enfrentamiento, a permanecer en diálogo sin ser verdaderamente parte del mismo, sin poner en juego la posibilidad de develarse un poco más. Evita así la exposición sincera de sí, limitando fuertemente la intimidad.
Para que se desarrolle este estilo, el comportamiento al menos de uno de los padres debe ser totalmente dedicado y atento a la educación moral y social del hijo, sin expresar nunca su afecto con ternura o manifestaciones emotivas. Los padres se vuelven extremadamente exigentes al pedir al hijo un sentido de responsabilidad y una madurez absolutamente desproporcionada respecto a su edad a lo que el niño obtiene es la experiencia de un miedo permeado de falta de control y un sentido intolerable de ambivalencia. De adultos, les es necesario someter el sentimiento siempre presente de descontrol, atacar los aspectos positivos y evitar cuidadosamente los negativos. En el proceso de una relación se concentran en el control práctico de todos los aspectos y tienden a representar continuamente en la relación con el otro, un papel de superioridad.
ASÍ QUE...
"CONÓCETE A TI MISMO Y ALCANZARÁS SABIDURÍA"