Roderick Gordon - Brian Williams
Túneles
—No lo sé —dijo Will, observando la carretera de un lado a otro y mirando con
aprensión cierta bocacalle al pasar por ella.
—Venga, dímelo —pidió Chester, mirando rápidamente a su alrededor—. La
verdad es que no me gustaría tener aquí un encuentro desagradable.
—No es nada, sólo un presentimiento —insistió Will.
—Speed te tiene obsesionado, ¿no? —replicó Chester con una sonrisa. Sin
embargo, apretó el paso, obligando a Will a que hiciera lo mismo.
Al dejar atrás las viviendas de protección oficial, aminoraron el paso. Llegaron
muy pronto al comienzo de High Street, que estaba señalado por el museo. Como
hacía cada tarde, Will miró al interior con la vana esperanza de ver las luces
encendidas, de que la puerta estuviera abierta y su padre se encontrara dentro,
trabajando. Su máximo anhelo era que todo volviera a la normalidad. Pero de nuevo
el museo estaba cerrado y las ventanas permanecían oscuras e inhóspitas.
Evidentemente, el Ayuntamiento había decidido que por el momento era más barato
cerrar el museo que buscar un sustituto temporal al doctor Burrows.
Will levantó la vista al cielo. Unas nubes oscuras se acercaban al sol y empezaban
a ocultarlo.
—Vamos a tener buena noche —dijo recuperando el ánimo—. Como estará oscuro,
no tendremos que esperar para sacar la carretilla.
Chester había empezado a comentar lo rápido que iría todo si no tuvieran que
hacerlo a escondidas y con tanto misterio, cuando Will murmuró algo.
—No lo he pillado, Will.
—He dicho que no mires ahora, pero que creo que alguien nos está siguiendo.
—¿Qué...? —contestó Chester y, sin poder contenerse, miró atrás.
—¡Chester, pareces tonto! —soltó Will.
Estaba claro: a unos veinte metros por detrás de ellos, caminaba un hombre bajo y
fornido que llevaba sombrero de fieltro, gafas de sol y un sobretodo oscuro y amplio
que le llegaba casi a los tobillos. Caminaba en su misma dirección, aunque era difícil
saber con seguridad si los estaba mirando.
—¡Mierda! —susurró Chester—. Creo que tienes razón. Es como esos tipos sobre
los que escribía tu padre en el diario.
A pesar de haberle pedido antes a su amigo que no mirara al hombre, él mismo no
pudo evitar hacerlo en aquel instante.
—¿Un «hombre de sombrero»? —preguntó Will, sintiendo una mezcla de miedo y
asombro.
—Pero no nos está siguiendo, ¿o sí? —preguntó Chester—. ¿Por qué iba a hacerlo?
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