Roderick Gordon - Brian Williams
Túneles
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¡Clonk! El pico golpeó en la pared de tierra, echó chispas al pegar contra un
escondido canto de sílex, atravesó la capa de arcilla y se detuvo en seco.
—¡Puede que lo hayamos encontrado, Will!
El doctor Burrows avanzó a gatas por la pendiente del túnel. Sudoroso y jadeando
en aquel reducido espacio, empezó a excavar la tierra febrilmente, empañando el aire
estancado con su aliento. A la luz de las lámparas de sus cascos con cada paletada de
tierra conseguía ver un poco más del viejo encofrado de madera que había detrás,
dejar al descubierto la astillada superficie y el veteado bajo la capa de pez.
—Pásame la palanca.
Will hurgó en la cartera, encontró la pequeña y gruesa herramienta de color azul,
y se la entregó a su padre, que no apartaba la vista del revestimiento de madera que
tenía ante él. El doctor Burrows introdujo con fuerza el extremo plano de la barra por
entre dos tablas y soltó un gruñido cuando volcó sobre ella todo su peso para
hundirla y conseguir punto de apoyo. Después empezó a mover la palanca hacia uno
y otro lado. Las tablas crujieron contra sus engarces y se combaron hasta saltar con
un chasquido que resonó en todo el túnel. Will retrocedió un poco cuando llegó hasta
él una bocanada de aire cálido y húmedo del inquietante agujero que había abierto su
padre.
Sin pérdida de tiempo, arrancaron otras dos tablas y dejaron a la vista una
abertura por la que cabía un hombro. Guardaron silencio. Se miraron e
intercambiaron una breve sonrisa de complicidad. Sus caras, iluminadas por las luces
de sus respectivos cascos, se veían manchadas como si se hubieran puesto pinturas
de guerra.
Volvieron a prestar atención al agujero, y se quedaron mirando con sorpresa las
motas de polvo que parecían minúsculos diamantes que flotaban en el aire,
formando en la negra abertura desconocidas constelaciones.
Con cautela, el doctor Burrows se asomó por el boquete, mientras Will se pegaba a
su lado intentando atisbar algo. Los haces de luz de las lamparillas de sus cascos se
internaron en el abismo e iluminaron una pared curva forrada de azulejos. Los rayos
de luz, penetrando aún más allá, recorrieron viejos carteles cuyos bordes despegados
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