Roderick Gordon - Brian Williams
Túneles
Entonces lo recordó. Había sido en aquella especie de mojón que habían encontrado
en el Laberinto.
Mientras Imago daba cuenta de una barra de chocolate negro, saboreando cada
bocado, Cal habló desde el otro lado de la cámara, con voz plana y lánguida.
—Quiero volver a casa. Ya todo me da igual.
El hombre se ahogó y escupió un trozo de chocolate a medio masticar. Volvió la
cara hacia Cal, y al hacerlo su cola de caballo azotó el aire.
—¿Y los styx también te dan igual?
—Hablaré con ellos, haré que me escuchen —respondió el chico con debilidad.
—Te escucharán atentamente, mientras te sacan el hígado o te cortan los brazos —
repuso—. Pequeño idiota, ¿te crees que Tam dio su vida para que tú regalaras la
tuya?
—Yo... no...
Cal miraba con pavor a Imago, mientras éste le gritaba.
Aferrando todavía el colgante, Will lo apretó contra la frente, cubriéndose la cara
con la mano. Deseaba que se callaran los dos, no soportaba aquello. Hubiera querido
que todo se detuviera, aunque fuera sólo por un instante.
—Egoísta, estúpido... ¿Qué quieres hacer, dejar que te escondan tu padre o tu
abuela Macaulay... y arriesgar también su vida? Ya está todo bastante mal sin
necesidad de que lo empeores —gritó Imago.
—Solo pensé...
—¡No, no pensaste! —le cortó el hombretón—. No hay vuelta posible, ¿lo
comprendes? ¡Métete eso en la cabezota! —Y tirando el resto de la barra de chocolate,
se fue al otro extremo de la cámara a grandes zancadas.
—Pero yo... —comenzó a decir Cal.
—¡Échate un sueño! —gruñó Imago, con la furia reflejada en su rostro.
Se envolvió en el sobretodo y, usando como almohada su cartera, se acostó de lado
con la cara vuelta hacia la pared.
Allí continuaron la mayor parte del día siguiente, comiendo y durmiendo sin
dirigirse apenas la palabra. Después de todo el horror y la agitación de las anteriores
veinticuatro horas, Will agradeció la posibilidad de recuperarse, y pasó gran parte
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