Roderick Gordon- Brian Williams
Túneles
imparable y demoniaca que parecía formada de bloques de músculos tan duros como una piedra.
—¡ Vete!— le gritó a Cal—. ¡ Escapa!
Entonces, como surgido de la nada, en la cabeza del perro apareció un bulto de carne gris.
Por un instante, parecía que Bartleby hubiera quedado suspendido en el aire, con el lomo arqueado y las garras extraídas como navajas justo por encima de la cabeza del perro. Al instante siguiente, aterrizó sobre su presa. Oyeron el sonido de la carne rasgada cuando los dientes de Bartleby se hundieron en la cabeza del perro. Un chorro de sangre oscura, que brotaba de la oreja cercenada del sabueso, salpicó a Will. La bestia soltó un gemido agudo y se desentendió de él dando corcovos. Bartleby seguía agarrado a su cabeza y cuello, atacándolo con mordiscos y causándole tajos con sus patas traseras.
—¡ Levántate! ¡ Levántate!— le gritaba Cal a Will, ayudándolo a ponerse en pie con una mano y recogiendo la mochila con la otra.
Los chicos se retiraron a una distancia segura, y entonces se detuvieron a mirar. Estaban paralizados por aquella pelea a muerte entre el perro y el gato en la que los dos cuerpos se fundían en un torbellino indistinguible de grises y rojos, dientes y zarpas.
— No podemos quedarnos aquí— gritó Will. Se oían los gritos de la patrulla que se acercaba a toda prisa hacia el lugar de la lucha.
—¡ Déjalo, Bart ¡ Vamos!—¡ Los styx!— Will zarandeó a su hermano—. ¡ Tenemos que irnos!
A regañadientes, Cal se puso en movimiento, volviendo la vista atrás para comprobar si su gato los seguía por entre la niebla.
Pero Bartleby no aparecía, y seguían oyéndose los gritos, bufidos y aullidos distantes.
En aquel momento se oyeron gritos y pasos por todos lados. Los chicos corrían como ciegos. Cal gemía por el esfuerzo de llevar ambas mochilas, y Will temblaba por la tensión de la lucha por la que acababa de pasar. El brazo entero le ardía de dolor. Podía sentir la sangre manando, y se asustó al ver que le caía por el dorso de la mano a chorretones y goteaba al suelo desde las puntas de los dedos.
Sin resuello, los chicos se pusieron rápidamente de acuerdo en la dirección que debían seguir, con la esperanza puesta en que por un casual les llevara a la salida de la ciudad y no de vuelta a las garras de los styx. En cuanto llegaron al perímetro pantanoso, se abrieron camino bordeando la ciudad hasta encontrar la entrada al Laberinto. Una vez allí sabían que, en el peor de los casos, si se perdían siempre podrían volver a la escalera de piedra y regresar a la Superficie.
289