Roderick Gordon - Brian Williams
Túneles
Chester lidiaba con la infinidad de preguntas que le venían a la mente, y movía los
labios sin conseguir que saliera ningún sonido de su boca.
—¿Sí? —preguntó el viejo styx, en tono tal que parecía sugerir que se había visto
ya muchas veces en idéntica situación, y que encontraba muy fatigoso tener que
conversar con el humilde preso que tenía ante él.
—¿Qué... qué quiere decir eso? —preguntó otra vez.
El styx miró a Chester durante varios segundos y, totalmente impasible, dijo:
—Desterrado. Te llevarán hasta la Estación de los Mineros, que se encuentra a
mucha profundidad de aquí, y te abandonarán a tu suerte.
—¿Me llevarán aún más hondo?
El styx asintió con la cabeza.
—No necesitamos a gente como tú en la Colonia. Tú has intentado escapar, y eso
la Panoplia no lo perdona. No mereces seguir aquí. —Volvió a juntar las manos—:
Por eso quedas desterrado.
Chester sintió de repente el inmenso peso de todos los millones de toneladas de
tierra y roca que tenía por encima de la cabeza, como si estuvieran presionando
directamente sobre él, exprimiendo la sangre de su cuerpo para dejarlo sin una gota
de vida. Retrocedió tambaleándose.
—Pero yo no he hecho nada. ¡No soy culpable de nada! —gritó, tendiendo las
manos e implorando con ellas al insensible hombrecillo. Tenía la sensación de que lo
enterraban vivo, y pensó que nunca volvería a ver su casa, ni el cielo azul, ni a su
familia... nada de cuanto amaba y ansiaba. La esperanza a la que se había aferrado
desde el momento en el que lo habían capturado y encerrado en aquel calabozo
oscuro lo abandonaba, como el aire que escapa de un globo.
Estaba condenado.
A aquel aborrecible hombrecillo le importaba un comino...
Chester miró el rostro impasible del styx y sus espantosos ojos inhumanos, que
parecían de reptil. Y comprendió que no servirían de nada todos los esfuerzos que
hiciera por persuadirlo, ni todo lo que pudiera implorar por su vida. Eran salvajes y
despiadados, y lo habían condenado arbitrariamente al más espantoso de los
destinos: a una tumba aún más profunda que aquel lugar.
—Pero ¿por qué? —preguntó Chester con lágrimas en el rostro.
—Porque es la ley —respondió el viejo styx—. Y porque yo estoy sentado aquí, y
tú estás de pie ahí —dijo sonriendo y sin el más leve asomo de humanidad.
—¡Pero...! —repuso con un alarido.
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