Roderick Gordon- Brian Williams Túneles
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Tam estaba callado, erguido, desafiante. Estaba decidido a no mostrar ningún signo de temor mientras estuviera allí, frente a la larga mesa y junto al señor Jerome, las manos de ambos apretadas a la espalda, casi en posición de firmes.
Tras la mesa de roble muy pulido, estaban sentados los miembros de la Panoplia. Eran los más antiguos y poderosos miembros del Consejo styx. A los extremos de la mesa se sentaban algunos colonos de alto rango: representantes de la Junta de Gobernadores, hombres a los que el señor Jerome conocía de toda la vida y que consideraba amigos suyos. Temblaba de vergüenza viendo caer sobre él la desgracia, y apenas era capaz de levantar la cabeza para mirarlos. Nunca hubiera imaginado que llegaría el día en el que se viera en semejante situación.
Tam estaba menos intimidado. Ya se había visto metido en problemas otras veces y siempre se salvaba aunque fuera por los pelos. A pesar de que los cargos eran serios, sabía que su coartada había pasado el examen. Imago y los otros se habían asegurado de ello. Observó cómo Crawfly consultaba con otro styx, y después se echaba hacia atrás para hablar con lo que debía de ser un niño styx, que permanecía medio oculto tras el alto respaldo de su silla. Eso no era común: normalmente los styx mantenían a sus hijos lejos de la vista de los demás y apartados de la Colonia. Nadie veía a los recién nacidos, en tanto que de los niños más crecidos se decía que permanecían encerrados con sus maestros en la enrarecida atmósfera de sus colegios privados. Tam no había oído nunca que acompañaran a sus mayores en público, y mucho menos que se hallaran presentes en reuniones como aquélla.
Una áspera confrontación entre miembros de la Panoplia interrumpió las reflexiones de Tam. Como si jugaran al pásalo, los susurros iban de un extremo al otro de la mesa, y también sus delgadas manos transmitían información mediante una serie de duros gestos. Tam echó un rápido vistazo al señor Jerome, que tenía la cabeza gacha. Mascullaba una oración en silencio, y las gotas de sudor le caían por las sienes. Tenía la cara hinchada y la piel de un color rosáceo de persona enferma. Aquello le estaba haciendo mucho daño.
La confrontación cesó de repente entre gestos de asentimiento y palabras entrecortadas de conformidad, y los styx se recostaron en las sillas. Un silencio
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