Roderick Gordon- Brian Williams Túneles
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Will descansaba sobre el manillar de su bicicleta a la entrada de un solar cercado por árboles y matorrales. Volvió a mirar el reloj y decidió que le concedería a Chester otros cinco minutos, pero no más. Estaba perdiendo un tiempo precioso.
El lugar era uno de esos terrenos olvidados que hay a las afueras de cualquier ciudad. En éste todavía no habían edificado, probablemente debido a la proximidad al vertedero municipal y a las montañas de basura que crecían y decrecían con deprimente regularidad. Conocido por el vecindario como « los Cuarenta Hoyos » debido a los numerosos agujeros que horadaban su superficie, algunos de hasta tres metros de profundidad, era el campo de batalla de las frecuentes peleas entre dos bandas adolescentes rivales, los Clan y los Click, cuyos miembros provenían de los barrios más desfavorecidos de Highfield.
Era también el lugar predilecto de algunos chicos que se reunían allí con sus bicis de pista y, cada vez más, con motos robadas. Estas últimas las llevaban allí y luego las quemaban, y sus restos carbonizados ensuciaban los bordes del solar. Los hierbajos se enredaban por entre las ruedas y cubrían el oxidado bloque de cilindros. Con menor frecuencia, los Cuarenta Hoyos era también el escenario de siniestras diversiones adolescentes como la caza de pájaros o de ranas; muy a menudo, estas criaturas eran lentamente torturadas hasta que morían y sus cuerpos eran luego empalados en medio de alegres ceremonias juveniles.
Al doblar la curva en dirección a los Cuarenta Hoyos, Chester distinguió un destello metálico. Era la brillante superficie de la pala que Will llevaba a la espalda, como un peón caminero samurai.
Sonrió y aceleró el paso, apretando contra el pecho su pala ordinaria de jardín, nada brillante. Lleno de entusiasmo, saludó con la mano a la solitaria y distante figura, que resultaba inconfundible con su piel sorprendentemente blanca, su gorra de béisbol y sus gafas de sol. Desde luego, el aspecto de Will era bastante raro. Llevaba su « uniforme de cavar », que consistía en una chaqueta de punto que le venía grande, con coderas de cuero, y unos viejos pantalones de pana a los que la fina pátina de barro seco incrustado había terminado proporcionando un color indefinido. Lo único que Will mantenía realmente limpio era su querida pala y la puntera de metal de sus botas de trabajo.
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