Roderick Gordon - Brian Williams
Túneles
negó con la cabeza—. No, tiene que ser el calor de mi mano lo que provoca ese
comportamiento. Ya sabes: reacción térmica.
—Bueno, me alegro mucho de que te parezca interesante. Le diré a la señora
Tantrumi que lo quieres —dijo Osear, retrocediendo otro paso.
—Pero será mejor que investiguemos un poco antes de exponerlo, sólo para estar
seguros de que no es peligroso. Le escribiré unas líneas de agradecimiento a la señora
Tantrumi en nombre del museo. —Buscó un bolígrafo en su bolsillo, pero no lo
encontró—. Espera un segundo, Embers, mientras busco algo con que escribir.
Salió de la sala principal al pasillo, tropezando con una tabla vieja, extraída de la
zona pantanosa el año anterior por algunos vecinos que estaban dispuestos a jurar
que se trataba de una canoa prehistórica. Abrió una puerta que tenía la palabra
«Conservador» grabada en el cristal esmerilado. El despacho estaba a oscuras,
porque la única ventana que había estaba tapada por pilas de cajas. Mientras
tanteaba en busca del interruptor de la luz, abrió un poco la mano que sujetaba la
esfera y lo que vio le dejó anonadado: la luz que salía de ella había pasado del suave
brillo que habían observado en la sala a una fluorescencia verdosa mucho más fuerte.
Hubiera podido jurar incluso que la luz se hacía más intensa mientras la miraba, y
que el líquido de su interior se agitaba con más fuerza.
—¡Qué curioso! ¿Hay alguna sustancia que se vuelva más brillante cuanto más
oscuro es su entorno? —murmuró para sí—. ¡No, tengo que estar equivocado, eso no
es posible! Seguramente lo único que sucede es que la luminosidad se nota más aquí.
Pero sí que se había vuelto más brillante. No necesitaba encender la luz para
localizar su pluma, porque la esfera proporcionaba una maravillosa luz verde, casi
tan intensa como la del sol. Al salir del despacho y volver a la sala principal con el
libro de donaciones en la mano, levantó la esfera delante de él. Estaba claro que en
cuanto saliera a la luz, el brillo del objeto tendría que volver a atenuarse.
Osear estuvo a punto de decir algo, pero el doctor Burrows pasó de largo, cruzó la
puerta de la entrada y salió a la calle. Oyó gritar al anciano «¡Que estoy aquí!»
mientras la puerta se cerraba de un portazo tras él, pero Burrows estaba tan absorto
observando la esfera que no le hizo caso. Al elevarla a la luz del día, vio que su
luminosidad no se había extinguido en absoluto, y que el líquido de su interior se
había oscurecido hasta adquirir una tonalidad gris mate. Y cuanto más tiempo
pasaba con la esfera expuesta a la luz natural, más se oscurecía el líquido del interior.
Finalmente se volvió casi negro y adquirió un aspecto aceitoso.
Sin apartar la esfera de delante de él, volvió a entrar, comprobando cómo el
líquido volvía a agitarse en lo que parecía una pequeña tormenta y volvía a brillar de
manera misteriosa. Osear lo estaba esperando con expresión preocupada.
—Fascinante... fascinante...
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