Tuneles Roderick Gordon 1 Túneles | Page 21

Roderick Gordon - Brian Williams Túneles negó con la cabeza—. No, tiene que ser el calor de mi mano lo que provoca ese comportamiento. Ya sabes: reacción térmica. —Bueno, me alegro mucho de que te parezca interesante. Le diré a la señora Tantrumi que lo quieres —dijo Osear, retrocediendo otro paso. —Pero será mejor que investiguemos un poco antes de exponerlo, sólo para estar seguros de que no es peligroso. Le escribiré unas líneas de agradecimiento a la señora Tantrumi en nombre del museo. —Buscó un bolígrafo en su bolsillo, pero no lo encontró—. Espera un segundo, Embers, mientras busco algo con que escribir. Salió de la sala principal al pasillo, tropezando con una tabla vieja, extraída de la zona pantanosa el año anterior por algunos vecinos que estaban dispuestos a jurar que se trataba de una canoa prehistórica. Abrió una puerta que tenía la palabra «Conservador» grabada en el cristal esmerilado. El despacho estaba a oscuras, porque la única ventana que había estaba tapada por pilas de cajas. Mientras tanteaba en busca del interruptor de la luz, abrió un poco la mano que sujetaba la esfera y lo que vio le dejó anonadado: la luz que salía de ella había pasado del suave brillo que habían observado en la sala a una fluorescencia verdosa mucho más fuerte. Hubiera podido jurar incluso que la luz se hacía más intensa mientras la miraba, y que el líquido de su interior se agitaba con más fuerza. —¡Qué curioso! ¿Hay alguna sustancia que se vuelva más brillante cuanto más oscuro es su entorno? —murmuró para sí—. ¡No, tengo que estar equivocado, eso no es posible! Seguramente lo único que sucede es que la luminosidad se nota más aquí. Pero sí que se había vuelto más brillante. No necesitaba encender la luz para localizar su pluma, porque la esfera proporcionaba una maravillosa luz verde, casi tan intensa como la del sol. Al salir del despacho y volver a la sala principal con el libro de donaciones en la mano, levantó la esfera delante de él. Estaba claro que en cuanto saliera a la luz, el brillo del objeto tendría que volver a atenuarse. Osear estuvo a punto de decir algo, pero el doctor Burrows pasó de largo, cruzó la puerta de la entrada y salió a la calle. Oyó gritar al anciano «¡Que estoy aquí!» mientras la puerta se cerraba de un portazo tras él, pero Burrows estaba tan absorto observando la esfera que no le hizo caso. Al elevarla a la luz del día, vio que su luminosidad no se había extinguido en absoluto, y que el líquido de su interior se había oscurecido hasta adquirir una tonalidad gris mate. Y cuanto más tiempo pasaba con la esfera expuesta a la luz natural, más se oscurecía el líquido del interior. Finalmente se volvió casi negro y adquirió un aspecto aceitoso. Sin apartar la esfera de delante de él, volvió a entrar, comprobando cómo el líquido volvía a agitarse en lo que parecía una pequeña tormenta y volvía a brillar de manera misteriosa. Osear lo estaba esperando con expresión preocupada. —Fascinante... fascinante... 21