Tuneles Roderick Gordon 1 Túneles | Page 115

Roderick Gordon - Brian Williams Túneles Después de tachar uno a uno todos los puntos de la lista, lo guardaron todo en las mochilas. Will cerró la suya y se la echó a la espalda. —Bueno, pues en marcha —dijo con mirada de determinación y alcanzando su querida pala. Tiró hacia él de los estantes. Una vez dentro del túnel, los volvió a colocar en su sitio y aseguró la entrada por medio de un pasador que había colocado previamente. A continuación, Will avanzó con rapidez a cuatro patas para adelantar a Chester. —Eh, espérame —le pidió éste, desconcertado por el ímpetu de su amigo. Al llegar al final del túnel, quitaron las piedras que quedaban, que fueron tragadas por las tinieblas, haciendo un ruido sordo. Chester estaba a punto de decir algo cuando Will se adelantó: —Lo sé, lo sé; piensas que estamos a punto de ahogarnos en aguas fecales o algo así. —Miró detenidamente a través de la abertura—. Asómate, desde aquí se puede ver dónde caen las piedras. Sobresalen del agua, así que no puede cubrirte por encima del tobillo. Dicho esto, se volvió y se dispuso a atravesar de espaldas el agujero. Se detuvo en el borde y sonrió a Chester, luego se perdió de vista, dejando a su amigo sobrecogido hasta que se oyó un fuerte chapoteo: Will tenía los pies en el agua. La caída hasta allí era de unos dos metros. —¡Eh, estupendo! —dijo Will mientras Chester lo seguía con dificultad. Su voz retumbó de manera inquietante en la caverna, que tenía unos siete metros de altura y al menos treinta de largo. Por lo que podía ver, parecía tener forma de medialuna, con una gran parte del suelo sumergida. El punto por el que habían entrado estaba próximo a uno de los cuernos de la luna, pero sólo podían ver hasta donde les permitía la curva de la pared. Saliendo del agua, recorrieron con las linternas el espacio durante unos segundos, pero cuando enfocaron el lado más próximo a ellos se quedaron inmediatamente paralizados. Will mantuvo firme la linterna, con la que enfocaba las intrincadas filas de estalactitas y estalagmitas de variados tamaños, que iban desde el grosor de un lápiz al del tronco de un árbol joven. Las estalactitas eran como lanzas que apuntaban al suelo, desde donde se les enfrentaban las estalagmitas. Algunas de las estalactitas se habían encontrado con su estalagmita correspondiente para formar auténticas columnas. El suelo estaba cubierto por ondeantes costras superpuestas de calcita. —Es una gruta —dijo Will en voz baja, alargando la mano para palpar la superficie de una columna blanca como la leche, casi traslúcida—. ¿No es hermosa? Parece el glaseado de una tarta. —A mí me parecen más bien mocos congelados —susurró Chester, tocando también una columna, como si no pudiera creer lo que veía. Retiró la mano y se frotó 115