Roderick Gordon - Brian Williams
Túneles
—Bueno, no os entretengo más —proclamó Clarke Júnior dirigiendo a Will una
última y larga mirada de conmiseración, y volvió a su escalera con un delicado
meneo y cantando:
—Remolacha para mí, mon petit chou...
Clarke Mediano volvió a sumergirse tras el mostrador y recomenzó el sonido de
los papeles, acompañado del runrún de una vieja máquina sumadora. Con cautela,
Will y Chester abrieron a medias la puerta de la tienda y observaron asustados la
calle.
—¿Ves algo? —preguntó Chester.
Will salió a la acera.
—Nada —contestó—. Ni rastro de ellos.
—Tendríamos que haber llamado a la policía.
—¿Para contarles qué? —preguntó Will—. ¿Que nos han perseguido dos tipos
raros que llevaban gafas de sol y sombreros absurdos, y que de repente
desaparecieron?
—Sí, exactamente eso —repuso Chester con irritación—. ¿Quién sabe qué
pretenden? —De pronto, levantó la vista al recuperar un pensamiento anterior—: ¿Y
si se llevaron ellos a tu padre?
—Olvídalo, eso no lo sabemos.
—Pero la policía...
—¿De verdad quieres pasar por todo eso cuando tenemos trabajo que hacer? —le
interrumpió Will con brusquedad, vigilando High Street en un sentido y otro y
sintiéndose más a gusto porque había más gente en la calle. Al menos podrían pedir
ayuda si los dos hombres volvieran a aparecer—. La policía pensaría que no somos
más que dos niños impertinentes. No sería lo mismo si tuviéramos testigos.
—Tal vez —aceptó Chester de mala gana, mientras se dirigían a casa de los
Burrows—. No andan escasos de chiflados por aquí, eso está claro —dijo volviéndose
a mirar la tienda de los Clarke.
—De cualquier manera, el peligro ha pasado. Se han ido, y si volvieran, nos
encontrarían prevenidos —dijo Will con confianza.
Cosa curiosa, el incidente no lo había disuadido en absoluto. Más bien todo lo
contrario. Aquello le confirmaba que su padre andaba metido en algo y que él iba
por el buen camino. Aunque no se lo mencionó a Chester, estaba más decidido que
nunca a proseguir excavando en el túnel y sus investigaciones.
Will cogió unas uvas de la llamativa cesta, y la cinta rosa, cuyo lazo se había
deshecho, se agitaba tras él con la brisa. Chester parecía haber olvidado sus recelos y
observaba la cesta con expectación, su mano preparada para atacar.
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