Las potencias filosóficas de la Ley...
Ángela Menchón
“normalidad”. Revisar y someter a crítica nuestras preconcepciones desde una perspectiva
filosófica y de género es un gesto que creemos condición de posibilidad para trabajar la ESI
en las aulas.
¿Por qué es un tema/problema “urgente” el que la ESI nos abre? Para afirmar este carácter
urgente de la aplicación de la ESI en las escuelas, apelaré al concepto de Rita Segato de
“pedagogías de la crueldad”. Nos referimos con éste a todos las prácticas y discursos sociales
que enseñan y programan a lxs sujetxs para concebir todo lo que les rodea, incluyendo a las
personas, como si fueran cosas, habituándolxs así al ejercicio y al padecimiento de todo tipo
de violencias. Estas prácticas incluyen las escenas de violencia explícita y cosificación de los
cuerpos en los medios de comunicación, hasta la violencia entre adolescentes en las escuelas
y en los boliches, los femicidios y transfemicidios que se suceden a diarrio, el extractivismo de
recursos naturales, entre otros. Vivimos en un contexto atravesado y configurado por múltiples
dispositivos que refuerzan esta pedagogía de la crueldad hacia las personas y hacia el
entorno. En palabras de Segato se trata de “la captura de algo que fluía errante e imprevisible,
como es la vida, para instalar allí la inercia y la esterilidad de la cosa, mensurable, vendible,
comprable y obsolescente” (2018: p. 11). Para que podamos acostumbrarnos a estas
violencias diarias que el sistema capitalista ejerce sobre personas (fundamentalmente sobre
niñxs, mujeres e identidades no binarias), recursos, paisajes, es necesario que normalicemos
el paisaje de la crueldad, que tengamos bajos umbrales de empatía y de sensibilización frente
al sufrimiento de lxs otrxs. Según Segato, las relaciones de género y el patriarcado juegan un
papel relevante ya que la masculinidad está más disponible para el ejercicio de la crueldad
porque su socialización obliga a los varones a desarrollar una afinidad significativa con la
guerra, la crueldad, la baja empatía, el distanciamiento afectivo, la violencia.
Ese aparato de producción de violencia y acostumbramiento a la crueldad se ejerce
cotidianamente sobre los cuerpos de niñxs y adolescentes. “Por eso”- nos dice Marlene
Wayar- “uno de los primeros mitos a derribar es que nadie piensa en los niños y en las niñas,
cuando hay una industria complejísima, extendida, en permanente expansión, que les adiestra
como consumidores y consumidoras de medicamentos, del juego, del alimento, de la
tecnología educativa un largo etcétera (…); lxs que piensan activamente en la infancia son lxs
que producen bienes y servicios, quienes les ven como objetos de deseo de su perversión,
que les contemplan como mano de obra esclava, para esclavitud sexual, con pensamiento
activo productivo con resultados concretos diarios” (2016: s.n.).
“¿Cómo entonces”- se pregunta Segato- “concebir y diseñar contra-pedagogías capaces de
rescatar una sensibilidad y vincularidad que puedan oponerse a las presiones de la época y,
sobre todo, que permitan visualizar caminos alternativos?” (2018: p. 15) Es aquí donde creo
que la ESI cumple un rol de valor central. La ESI ofrece herramientas teóricas y prácticas para
deconstruir esa maquinaria de crueldad que tiene consecuencias prácticas colectivas, muy
dolorosas y nocivas, a menudo mortales. Esta ley promueve valores y prácticas tales como:
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