no saber si vivirás otro día me persigue cómo un verdugo. Con el paso de los
días, las tareas que debemos cumplir en el frente de batalla se van volviendo
cada vez más duras y cansadoras. Cada día vemos cómo nuestros hermanos
mueren dejando atrás hijas, esposas y madres indefensas a merced de los alia-
dos. Con el pasar del tiempo se vuelve más difícil escribirte, pues cada vez tengo
menos tiempo. Debemos estar preparados para cualquier ataque aliado, ya que
pueden aparecer por sorpresa.
En pleno día, ayer 3 de noviembre, contemplé el mismísimo infierno. Jamás
imaginé ver tanto caos en un solo lugar. Se formaron cuatro columnas, diri-
gidas por los flamantes generales Resquín, Barrios, Marcó y Díaz. Fui asignado
para acompañar al Gral. Barrios. Recibimos órdenes de parte del Mariscal para
realizar un ataque sorpresa, pero por errores de cálculo esto no sucedió. Peleé
con tanta furia que me sentía invencible. Gallardamente luché contra varios
soldados, brasileños, uruguayos y argentinos. Todos padecieron ante mi espada.
Muchos de mis camaradas no tuvieron la misma suerte. En el horizonte no se
podía ver nada más que soldados aliados. No te imaginas madre, ver a tantos
hombres jóvenes correr hacia su repentina y valiente muerte. La tierra parecía
llorar ríos de sangre y retumbaban los gritos de dolor y el ruido de las espadas
a través de todo el campo.
La cruel batalla pareció ser una contienda sin fin. De los aproximadamente
veinticinco mil soldados que fuimos a batallar, no volvieron seis mil y también
tuvimos cerca de siete mil heridos luego de la contienda. Además, perdimos a
treinta oficiales. En cambio, los aliados tuvieron más suerte, teniendo menos
bajas al igual que menos heridos. Se esparcen los rumores de que perdimos
lo mejor de nuestro ejército. Pero existe algo bien claro, lo que vivimos el día
de ayer será algo que debemos cargar sobre nuestros hombros por el resto de
nuestras vidas. Ha pasado solamente un día de lo ocurrido y mi conciencia me
persigue. Bebo caña, al igual que muchos otros, para olvidar las atrocidades que
cometí y lamentar la caída de mis compatriotas.
Madre, te suplico que no te preocupes por mí ya que si no retorno
significa que lo he dejado todo en combate, en honor a nuestra querida patria.
Estaré tranquilo al saber que morí defendiendo la bandera paraguaya hasta mi
último aliento.
Con mucho amor,
Tu hijo Pedro
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Travesía • revista estudiantil
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