enseñó a vivir, él nos enseñó a vivir,
a sentir la vida, a sentir el sentido de
la vida, a sumergirnos en el alma de
la montaña, en el alma del lago, en el
alma del pueblo de la aldea, a perder-
nos en ellas para quedar en ellas”. Don
Manuel tenía una religión diferente a
la que aparentaba. La importancia de
su religión era vivir y no pensar en
lo que pasaría después de la muerte.
Entonces, yo me pregunto, ¿cómo
vivir tranquilo sin tener la seguridad
de que algún día, cuando te toque
ir de este mundo, vas a volver a vi-
vir en otro? ¿Cuál es el punto de vivir
sin tener esa tranquilidad? Es por eso
que uno se entrega a Dios, dándose
la seguridad de que le fortalece como
persona y le hará vivir al lado de él en
la vida eterna.
Para ser feliz, uno tiene que creer
en sí mismo. En cuanto a la religión,
uno se completa y complementa a su
vez con la doctrina. Una persona tie-
ne que estar segura de sus creencias,
para así decir que cree en un ser su-
premo. Según don Manuel, la creen-
cia puede ser por costumbre, “cree sin
querer, por hábito, por tradición. Y lo
que hace falta es no despertarle. Y
que viva en su pobreza de sentimien-
tos para que no adquiera torturas de
lujo. ¡Bienaventurados los pobres de
espíritu!”. Es así como él trataba a la
gente del pueblo, mientras que ellos
se reconfortaban en su ayuda, él los
hacía creer en la religión para hacer-
les felices y seguros. En contraste a lo
que dice don Manuel, me parece inco-
rrecta la forma en la que se expresa al
respecto de la creencia. Él lo mantenía
Travesía • revista estudiantil
como un secreto, haciéndose llamar
un seguidor. Me parece que no tiene
coherencia vivir una vida sin tener
algo en lo cual podrías reconfortarte y
sobre lo cual mentir a los propios fie-
les seguidores. Si uno busca la verdad
debe actuar con verdad.
En uno de sus ensayos, "Mi reli-
gión", Unamuno resalta su idea de re-
ligión: “Mi religión es buscar la verdad
en la vida y la vida en la verdad, aun a
sabiendas de que no he de encontrar-
las mientras viva; mi religión es luchar
incesante e incansablemente con el
misterio; mi religión es luchar con
Dios desde el romper del alba hasta
el caer de la noche, como dicen que
con Él luchó Jacob”. La religión para
este autor es buscar a Dios, porque
duda de su existencia. Por medio de
la fe el hombre ya busca y encuentra
la verdad. Él basa su vida en torno a
una religión, que tenga como culto la
búsqueda de la verdad. En Oración del
Ateo, "Unamuno resalta su concepto
de Dios", “¡Qué grande eres, mi Dios!
Eres tan grande que no eres sino Idea;
es muy angosta la realidad por mucho
que se expande para abarcarte. Sufro
yo a tu costa, Dios no existente, pues
si Tú existieras existiría yo también
de veras”. Para Unamuno, Dios, no es
más que una idea. Es lo que él quiere
creer, pero no lo puede. Ese Dios, es su
lucha constante de lo que sería para él
su razón contra la fe. La religión para
él no es nada más y nada menos que
hacer el bien común al pueblo y ser
feliz durante el tránsito en la tierra.
Definitivamente, don Manuel, el
protagonista de la novela de Unamu-
no, vivía haciendo feliz a su pequeño
pueblo, tan así que cuando Ángela
fue a confesarse con él, con su mayor
preocupación sobre su perspectiva
ante el demonio, él la evitó, cam-
biándole así de tema. Don Manuel no
creía en el más allá, en la vida eterna,
basándose solo en el presente, su reli-
gión verdadera era el consuelo. “¿Re-
ligión verdadera? Todas las religiones
son verdaderas en cuanto hacen vivir
espiritualmente a los pueblos que las
profesan, en cuanto les consuelan de
haber tenido que nacer para morir, y
para cada pueblo la religión más ver-
dadera es la suya, la que le ha hecho.
¿Y la mía? La mía es consolarme en
consolar a los demás, aunque el con-
suelo que les doy no sea el mío”. A la
consolación la llamaba religión, sor-
prendiéndoles a Ángela y su hermano
Lázaro sobre lo que él de verdad creía.
Es así como ellos