deja guiar por apariencias. Una importante crí-
tica a la democracia, sostenida por el propio
Platón, fue que los que llegan al poder no son
necesariamente los más idóneos para el cargo.
Son simplemente los que más saben manipular
la voluntad del pueblo, quien vota por el primer
candidato que dice lo que anhelan oír. Los seres
humanos somos crédulos por naturaleza. Incluso
si en el fondo sabemos que todo lo que nos dicen
es probablemente una mentira, queremos creer
que una sola persona puede resolver todos los
problemas que estamos enfrentando.
La credulidad ingenua y la falsa esperanza
del hombre no son las únicas debilidades de la
multitud aprovechadas por el demagogo. El mie-
do también es una de sus armas favoritas. Los
políticos que llegan más lejos son los que domi-
nan este arte - la habilidad de hacerle sentir a la
gente que la convivencia en sociedad se basa en
un contexto de “nosotros vs. ellos”, donde “ellos”
representan la amenaza a aquello que se debe
temer. Y ¿quién viene al rescate? El gran héroe
demagogo. “¡Yo soy uno de ustedes! ¡Lucho por
aquel quien no tiene voz!”, afirma.
Alfonso J. Palacios Echeverría analizó la de-
magogia y el populismo y concluyó lo siguien-
te: “El candidato demagogo no se impone por
su programa político o por sus propuestas, sino
que es elegido por lograr incentivar algún tipo de
sentimiento en las personas. Esta elección, por lo
tanto, no es racional”. Al entender que la elec-
ción de un