tradiciones y costumbres | Page 116
-Pero eso no basta ¡ay!, no basta.
-Usted dice que no basta. Dios, la Naturaleza dicen que sí.
-Si parece que ha recibido una puñalada.
-Recuerde usted lo que han visto hace poco estos ojos que se van a cerrar para siempre.
Considere usted que la amaba un ciego y que ese ciego ya no lo es, y la ha visto... ¡la ha visto!...
¡la ha visto!, lo cual es como un asesinato.
-¡Oh!, ¡qué horroroso misterio.
-No, misterio no -gritó Teodoro con cierto espanto- es el horrendo desplome de las ilusiones,
es el brusco golpe de la realidad, de esa niveladora implacable que se ha interpuesto al fin entre
esos dos nobles seres. ¡Yo he traído esa realidad, yo!
-Misterio no, no -volvió a decir Teodoro, más agitado a cada instante- es la realidad pura, la
desaparición súbita de un mundo de ilusiones. La realidad ha sido para él nueva vida, para ella
ha sido dolor y asfixia, ha sido la humillación, la tristeza, el desaire, el dolor, los celos... ¡la
muerte!
Marianela
-¡Oh!, ¡qué misterio! -repitió Florentina, que no comprendía bien por el estado de su ánimo.
-Y todo por...
-¡Todo por unos ojos que se abren a la luz... a la realidad!... No puedo apartar esta palabra
de mi mente. Parece que la tengo escrita en mi cerebro con letras de fuego.
-Todo por unos ojos... ¿Pero el dolor puede matar tan pronto?... ¡casi sin dar tiempo a
ensayar un remedio!
-No sé -replicó Teodoro inquieto, confundido, aterrado, contemplando aquel libro humano
de caracteres oscuros, en los cuales la vista científica no podía descifrar la leyenda misteriosa de
la muerte y la vida.
-¡No sabe! -dijo Florentina con desesperación-. Entonces ¿para qué es médico?
-No sé, no sé, no sé -exclamó Teodoro, golpeándose el cráneo melenudo con su zarpa de
león-. Sí, una cosa sé, y es que no sabemos más que fenómenos superficiales. Señora, yo soy un
carpintero de los ojos nada más.
Después fijó los suyos con atención profunda en aquello que fluctuaba entre persona y
cadáver, y con acento de amargura exclamó:
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