tradiciones y costumbres | Page 10
palabras, que las distingue claramente. Yo, la verdad, nunca he oído palabras; pero sí un
murmullo como soliloquio o meditación, que a veces parece triste, a veces alegre, a veces
colérico, a veces burlón.
-Pues yo no oigo sino ruido de gárgaras -dijo el doctor riendo.
-Así parece desde aquí... Pero no nos retardemos, que es tarde. Prepárese usted a pasar otra
galería.
-¿Otra?
Choto se metió por un agujero, como hurón que persigue al conejo, y siguiéronle el doctor y
su guía, que tentaba con su palo el tortuoso, estrecho y lóbrego camino. Nunca el sentido del
tacto había tenido más delicadeza y finura , prolongándose desde la epidermis humana hasta un
pedazo de madera insensible. Avanzaron, describiendo primero una curva, después ángulos y
más ángulos, siempre entre las dos paredes de tablones húmedos y medio podridos.
Marianela
-Sí, señor. Y ésta, al llegar a la mitad se divide en dos. Hay después un laberinto de vueltas y
revueltas, porque se hicieron galerías que después quedaron abandonadas, y aquello está como
Dios quiere. Choto, adelante.
-¿Sabe usted a lo que me parece esto? -dijo el doctor, conociendo que los símiles agradaban
a su guía-. Pues se me parece a los pensamientos del hombre perverso. Parece que somos la
intuición del malo, cuando penetra en su conciencia para verse en toda su fealdad.
Creyó Golfín que se había expresado en lenguaje poco inteligible para el ciego; mas éste
probole lo contrario, diciendo:
-Para el que posee ese reino desconocido de la luz, estas galerías deben de ser tristes; pero
yo, que vivo en tinieblas, hallo aquí cierta conformidad de la tierra con mi propio ser. Yo ando
por aquí como usted por la calle más ancha. Si no fuera porque unas veces es escaso el aire y
otras la humedad excesiva, preferiría estos lugares subterráneos a todos los demás lugares que
conozco.
-Esto es la idea de la meditación.
-Yo siento en mi cerebro un paso, un agujero lo mismo que este por donde voy, y por él
corren mis ideas desarrollándose magníficamente.
-¡Oh! ¡cuán lamentable cosa es no haber visto nunca la bóveda azul del cielo en pleno día! exclamó el doctor con espontaneidad suma-. Dígame usted, ¿este conducto donde las ideas de
usted se desarrollan magníficamente, no se acaba nunca?
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