Tom Sawyer
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Mark Twain
líquido gorjeo que resultaba de hacer vibrar la lengua contra el paladar y que se
intercalaba en la silbante melodía. Probablemente el lector recuerda cómo se hace,
si es que ha sido muchacho alguna vez. La aplicación y la perseverancia pronto le
hicieron dar en el quid y echó a andar calle adelante con la boca rebosando
armonías y el alma llena de regocijo. Sentía lo mismo que experimenta el
astrónomo al descubrir una nueva estrella. No hay duda que en cuanto a lo intenso,
hondo y acendrado del placer, la ventaja estaba del lado del muchacho, no del
astrónomo.
Los crepúsculos caniculares eran largos. Aún no era de noche. De pronto Tom
suspendió el silbido: un forastero estaba ante él; un muchacho que apenas le
llevaba un dedo de ventaja en la estatura. Un recién llegado, de cualquier edad o
sexo, era una curiosidad emocionante en el pobre lugarejo de San Petersburgo.
El chico, además, estaba bien trajeado, y eso en un día no festivo. Esto era
simplemente asombroso. El sombrero era coquetón; la chaqueta, de paño azul,
nueva, bien cortada y elegante; y a igual altura estaban los pantalones. Tenía
puestos los zapatos, aunque no era más que viernes. Hasta llevaba corbata: una
cinta de colores vivos. En toda su persona había un aire de ciudad que le dolía a
Tom como una injuria. Cuanto más contemplaba aquella esplendorosa maravilla,
más alzaba en el aire la nariz con un gesto de desdén por aquellas galas y más rota
y desastrada le iba pareciendo su propia vestimenta. Ninguno de los dos hablaba.
Si uno se movía, se movía el otro, pero sólo de costado, haciendo rueda. Seguían
cara a cara y mirándose a los ojos sin pestañear. Al fin, Tom dijo:
-Yo te puedo.
-Pues anda y haz la prueba.
-Pues sí que te puedo.
-¡A que no!
-¡A que sí!
-¡A que no!
Siguió una pausa embarazosa. Después prosiguió Tom:
-Y tú, ¿cómo te llamas?
-¿Y a ti que te importa?
-Pues si me da la gana vas a ver si me importa.
8
Preparado por Patricio Barros