Tom Sawyer
www.librosmaravillosos.com
Mark Twain
Sabía muy bien la futilidad de contender con brujas; así es que desistió,
desengañado. Pero se le ocurrió que no era cosa de perder la canica que acababa de
tirar, a hizo una paciente rebusca. Pero no pudo encontrarla. Volvió entonces al
escondite de tesoros, y colocándose exactamente en la misma postura en que
estaba cuando la arrojó sacó otra del bolsillo y la tiró en la misma dirección,
diciendo:
-Hermana, busca a tu hermana.
Observó dónde se detenía, y fue al sitio y miró. Pero debió de haber caído más
cerca o más lejos, y repitió otras dos veces el experimento. La última dio resultado:
las dos bolitas estaban a menos de un pie de distancia una de otra.
En aquel momento el sonido de una trompetilla de hojalata se oyó débilmente bajo
las bóvedas de verdura de la selva. Tom se despojó de la chaqueta y los calzones,
convirtió un tirante en cinto, apartó unos matorrales de detrás del tronco caído,
dejando ver un arco y una flecha toscamente hechos, una espada de palo y una
trompeta también de hojalata, y en un instante cogió todas aquellas cosas y echó a
correr, desnudo de piernas, con los faldones de la camisa revoloteando. A poco se
detuvo bajo un olmo corpulento, respondió con un toque de corneta, y después
empezó a andar de aquí para allá, de puntillas y con recelosa mirada, diciendo en
voz baja a una imaginaria compañía:
-¡Alto, valientes míos! Seguid ocultos hasta que yo toque.
En
aquel
momento
apareció
Joe
Harper,
tan
parcamente
vestido
y
tan
formidablemente armado como Tom. Éste gritó:
-¡Alto! ¿Quién osa penetrar en la selva de Therwood sin mi salvoconducto?
-¡Guy de Guisborne no necesita salvoconducto de nadie! ¿Quién sois que, que...?
-¿... que osáis hablarme así? -dijo Tom apuntando, pues ambos hablaban de
memoria, «por el libro».
-¡Soy yo! Robin Hood, como vais a saber al punto, a costa de vuestro menguado
pellejo.
-¿Sois, pues, el famoso bandolero? Que me place disputar con vos los pasos de mi
selva. ¡Defendeos!
61
Preparado por Patricio Barros