Tom Sawyer
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Mark Twain
dolores que sufrir. Si al menos tuviera una historia limpia, hubiera podido desear
que llegase el fin y acabar con todo de una vez. Y en cuanto a Becky, ¿qué había
hecho él? Nada. Había obrado con la mejor intención del mundo y le habían tratado
como a un perro.
Algún día lo sentiría ella...; quizá cuando ya fuera demasiado tarde. ¡Ah, si pudiera
morirse por unos días!
Pero el elástico corazón juvenil no puede estar mucho tiempo deprimido. Tom
empezó insensiblemente a dejarse llevar de nuevo por las preocupaciones de esta
vida. ¿Qué pasaría si de pronto volviese la espalda a todo y desapareciera
misteriosamente? ¿Si se fuera muy lejos, muy lejos, a países desconocidos, más
allá de los mares, y no volviese nunca? ¿Qué impresión sentiría ella? La idea de ser
clown le vino a las mientes; pero sólo, para rechazarla con disgusto, pues la
frivolidad y las gracias y los calzones pintarrajeados eran una ofensa cuando
pretendían profanar un espíritu exaltado a la vaga, augusta región de lo novelesco.
No; sería soldado, para volver al cabo de muchos años como un inválido glorioso.
No, mejor aún: se iría con los indios, y cazaría búfalos, y seguiría la «senda de
guerra» en las sierras o en las vastas praderas del lejano Oeste, y después de
mucho tiempo volvería hecho un gran jefe erizado de plumas, pintado de espantable
modo, y se plantaría de un salto, lanzando un escalofriante grito de guerra, en la
escuela dominical, una soñolienta mañana de domingo, y haría morir de envidia a
sus compañeros. Pero no, aún había algo más grandioso. ¡Sería pirata! ¡Eso sería!
Ya estaba trazado su porvenir, deslumbrante y esplendoroso. ¡Cómo llenaría su
nombre el mundo y haría estremecerse a la gente! ¡Qué gloria la de hender los
mares procelosos con un rápido velero, el Genio de la Tempestad, con la terrible
bandera flameando en el tope! Y en el cenit de su fama aparecería de pronto en el
pueblo, y entraría arrogante en la iglesia, tostado y curtido por la intemperie, con su
justillo y calzas de negro terciopelo, sus grandes botas de campaña, su tahalí
escarlata, el cinto erizado de pistolones de arzón, el machete, tinto en sangre, al
costado, el ancho sombrero con ondulantes plumas, y desplegada la bandera negra
ostentando la calavera y los huesos cruzados, y oiría con orgulloso deleite los
cuchicheos: «¡Ése es Tom Sawyer el Pirata! ¡El tenebroso Vengador de la América
española!» Sí, era cosa resuelta; su destino estaba fijado. Se escaparía de casa
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Preparado por Patricio Barros