Tom Sawyer
www.librosmaravillosos.com
Mark Twain
nave adelante; los aullidos se precipitaban, y el perro también; cruzó la iglesia
frente al altar, y volvió, raudo, por la otra nave; cruzó frente a las puertas; sus
clamores llenaban la iglesia entera; sus angustias crecían al compás de su
velocidad, hasta que ya no era más que un lanoso cometa, lanzado en su órbita con
el relampagueo y la velocidad de la luz. Al fin, el enloquecido mártir se desvió de su
trayectoria y saltó al regazo de su dueño; éste lo echó por la ventana, y el alarido
de pena fue haciéndose más débil por momentos y murió en la distancia.
Para entonces toda la concurrencia tenía las caras enrojecidas y se atosigaba con
reprimida risa, y el sermón se había atascado, sin poder seguir adelante. Se
reanudó en seguida, pero avanzó claudicante y a empellones, porque se había
acabado toda posibilidad de producir impresión, pues los más graves pensamientos
eran constantemente recibidos con alguna ahogada explosión de profano regocijo, a
cubierto del respaldo de algún banco lejano, como si el pobre párroco hubiese dicho
alguna gracia excesivamente salpimentada. Y todos sintieron como un alivio cuando
el trance llegó a su fin y el cura echó la bendición.
Tom fue a casa contentísimo, pensando que había un cierto agrado en el servicio
religioso cuando se intercalaba en él una miaja de variedad. Sólo había una nube en
su dicha: se avenía a que el perro jugase con el «pillizquero», pero no consideraba
decente y recto que se lo hubiese llevado consigo.
40
Preparado por Patricio Barros