Tom Sawyer
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Mark Twain
dentellada tímida, sin dar en el blanco; le tiró otra embestida, y después otra; la
cosa empezó a divertirle; se tendió sobre el estómago, con el escarabajo entre las
zarpas, y continuó sus experimentos; empezó a sentirse cansado, y después,
indiferente y distraído, comenzó a dar cabezadas de sueño, y poco a poco el hocico
fue bajando y tocó a su enemigo, el cual lo agarró en el acto.
Hubo un aullido estridente, una violenta sacudida de la cabeza del perro, y el
escarabajo fue a caer un par de varas más adelante, y aterrizó como la otra vez, de
espaldas. Los espectadores vecinos se agitaron con un suave regocijo interior;
varias caras se ocultaron tras los abanicos y pañuelos, y Tom estaba en la cúspide
de la felicidad.
El perro parecía desconcertado, y probablemente lo estaba; pero tenía además
resentimiento en el corazón y sed de venganza. Se fue, pues, al escarabajo, y de
nuevo emprendió contra él un cauteloso ataque, dando saltos en su dirección desde
todos los puntos del compás, cayendo con las manos a menos de una pulgada del
bicho, tirándole dentelladas cada vez más cercanas y sacudiendo la cabeza hasta
que las orejas le abofeteaban. Pero se cansó, una vez más, al poco rato; trató de
solazarse con una mosca, pero no halló consuelo; siguió a una hormiga, dando
vueltas con la nariz pegada al suelo, y también de eso se cansó en seguida;
bostezó, suspiró, se olvidó por completo del escarabajo... ¡y se sentó encima de él!
Se oyó entonces un desgarrador alarido de agonía, y el perro salió disparado por la
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Preparado por Patricio Barros