Tom Sawyer
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Mark Twain
suelo, y en seguida entró en la cocina y empezó a restregarse vigorosamente con la
toalla que estaba tras de la puerta. Pero Mary se la quitó y le dijo:
-¿No te da vergüenza, Tom? No seas tan malo. No tengas miedo al agua.
Tom se quedó un tanto desconcertado. Llenaron de nuevo la jofaina, y esta vez Tom
se inclinó sobre ella, sin acabar de decidirse; reuniendo ánimos, hizo una profunda
aspiración, y empezó. Cuando entró a poco en la cocina, con los ojos cerrados,
buscando a tientas la toalla, un honroso testimonio de agua y burbujas de jabón le
corrían por la cara y goteaba en el suelo.
Pero cuando salió la luz de entre la toalla aún no estaba aceptable, pues el territorio
limpio terminaba de pronto en la barbilla y las mandíbulas, como un antifaz y más
allá de esa línea había una oscura extensión de terreno de secano que corría hacia
abajo por el frente y hacia atrás, dando la vuelta al pescuezo. Mary le cogió por su
cuenta, y cuando acabó con él era un hombre nuevo y un semejante, sin distinción
de color, y el pelo empapado estaba cuidadosamente cepillado, y sus cortos rizos
ordenados para producir un general efecto simétrico y coquetón (a solas, se alisaba
los rizos con gran dificultad y trabajo, y se dejaba el pelo pegado a la cabeza,
porque tenía los rizos por cosa afeminada y los suyos le amargaban la existencia).
Mary sacó después un traje que Tom sólo se había puesto los domingos, durante
dos años. Le llamaban «el otro traje», y por ello podemos deducir lo sucinto de su
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Preparado por Patricio Barros