Tom Sawyer
www.librosmaravillosos.com
Mark Twain
Durante tres semanas soportó heroicamente sus angustias, y un buen día
desapareció. Dos días y dos noches le buscó la acongojada ciudad por todas partes.
El público tomó el asunto con gran interés: registraron todas las cercanías de arriba
abajo; dragaron el río en busca del cadáver. El tercer día, muy de mañana, Tom,
con certero instinto, fue a hurgar por entre unas barricas viejas, detrás del antiguo
matadero, y en una de ellas encontró al fugitivo. Huck había dormido allí; acababa
de desayunar en aquel instante con diversos artículos que había hurtado, y estaba
tendido voluptuosamente, fumando una pipa. Estaba sucio, despeinado y cubierto
con los antiguos andrajos que le habían hecho pintoresco en los tiempos en que era
libre y dichoso. Tom lo sacó de allí, le contó los trastornos que había causado y
trató de convencerle que volviera a casa. El semblante de Huck perdió su plácida
expresión de bienestar y se puso sombrío y melancólico.
-No hables de eso, Tom -dijo-. Ya he hecho la prueba y no marcha; no marcha,
Tom. No es para mí; no estoy hecho a eso. La viuda es buena para mí y cariñosa;
pero no puedo aguantarla. Me hace levantar a la misma hora justa todas las
mañanas; hace que me laven y me peinen y cepillen hasta sacarme chispas; no me
deja dormir en el cobertizo de la leña; tengo que llevar esa condenada ropa que me
estrangula, Tom; parece como que no deja entrar el aire, y es tan condenadamente
fina que no puedo sentarme, ni tumbarme, ni echarme a rodar; hace ya... años,
parece, que no me he dejado resbalar por la entrada de un sótano; tengo que ir a la
iglesia, y sudar y sudar: ¡no resisto aquellos sermones! Allí no puedo cazar una
mosca ni mascar tabaco, y todo el domingo tengo que llevar puestos los zapatos. La
viuda come a toque de campana, se acuesta a toque de campana, se levanta a
toque de campana... todo se hace con un orden tan atroz que no hay nadie que lo
resista.
-Pues mira, Huck, todo el mundo vive así.
-Eso no cambia nada, Tom. Yo no soy todo el mundo y no puedo con ello. Es
horrible estar atado así. Y la comida le viene a uno demasiado fácilmente: ya no me
tira el alimento. Tengo que pedir permiso para ir a pescar, y para ir a nadar, y hasta
para toser. Además, tengo que hablar tan por lo fino que se me quitan las ganas de
abrir el pico; y todos los días tengo que subirme al desván a jurar un rato para
quitarme el mal gusto de boca, y si no me moriría, Tom. La viuda no me deja fumar
220
Preparado por Patricio Barros