Tom Sawyer
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Mark Twain
Enseñó a Huck el trocito de pabilo sujeto al muro con una pella de barro, y le contó
cómo Becky y él habían estado mirando la agonía de la llama hasta que se apagó.
Siguieron hablando en voz muy baja, porque el silencio y la lobreguez de aquel
lugar sobrecogía sus espíritus. Marcharon adelante y entraron después por la otra
galería, explorada por Tom, hasta que llegaron al borde cortado a pico. Con las
velas pudieron ver que no era realmente un despeñadero, sino un declive de arcilla
de siete o diez metros de altura. Tom murmuró:
-Ahora voy a enseñarte una cosa, Huck.
-Levantó la vela cuanto pudo y prosiguió:
-Mira al otro lado de la esquina estirándote todo lo que puedas. Allí en aquel
peñasco grande..., pintada con humo de vela...
-¡Es una cruz, Tom!
-Y ahora, ¿dónde está tu número dos? «Debajo de la cruz», ¿eh? Allí mismo es
donde vi a Joe el Indio sacar la mano con la vela.
Huck se quedó mirando un rato al místico emblema y luego dijo con voz trémula:
-¡Vamos a escapar de aquí, Tom!
-¡Qué! ¿Y dejar el tesoro?
-Sí, dejarlo. El ánima de Joe el Indio anda por aquí, seguro.
-No, Huck, no anda por ahí. Rondará por el sitio donde murió, allá en la entrada de
la cueva, a cinco millas de aquí.
-No, Tom. Estará aquí rondando los dólares. Yo sé lo que les gusta a los fantasmas,
y tú también.
Tom empezaba a pensar que acaso Huck tuviera razón. Mil temores le asaltaban.
Pero de pronto se le ocurrió una idea:
-¡No seamos tontos, Huck! ¡El espíritu de Joe el Indio no puede venir a rondar
donde hay una cruz!
El argumento no tenía vuelta de hoja. Produjo su efecto.
-No se me ha ocurrido, Tom; pero es verdad. Suerte ha sido que esté ahí la cruz.
Bajaremos por aquí y nos pondremos a buscar la caja.
Tom bajó primero, excavando huecos en la arcilla para servir de peldaños. Huck
siguió detrás. Cuatro galerías se abrían en la caverna donde estaba la roca grande.
Los muchachos recorrieron tres de ellas sin resultado.
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Preparado por Patricio Barros