Tom Sawyer
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Mark Twain
multitud que los aclamaba, que rodearon el coche y se unieron a la comitiva y
entraron con gran pompa por la calle principal lanzando hurras entusiastas.
Todo el pueblo estaba iluminado; nadie pensó en volverse a la cama; era la más
memorable noche en los anales de aquel apartado lugar. Durante media hora una
procesión de vecinos desfiló por la casa del juez Thatcher, abrazó y besó a los
recién encontrados, estrechó la mano de la señora de Thatcher, trató de hablar sin
que la emoción se lo permitiese, y se marchó regando de lágrimas toda la casa.
La dicha de tía Polly era completa; y casi lo era también la de la madre de Becky Lo
sería del todo tan pronto como el mensajero enviado a toda prisa a la cueva pudiese
dar noticias a su marido.
Tom estaba tendido en un sofá rodeado de un impaciente auditorio, y contó la
historia de la pasmosa aventura, introduciendo en ella muchos emocionantes
aditamentos para mayor adorno, y la terminó con el relato de cómo recorrió dos
galerías hasta donde se lo permitió la longitud de la cuerda de la cometa; cómo
siguió después una tercera hasta el límite de la cuerda, y ya estaba a punto de
volverse atrás cuando divisó un puntito remoto que le parecía luz del día; abandonó
la cuerda y se arrastró hasta allí, sacó la cabeza y los hombros por un angosto
agujero y vio el ancho y ondulante Misisipi deslizarse a su lado. Y si llega a ocurrir
que fuera de noche, no hubiera visto el puntito de luz y no hubiera vuelto a explorar
la galería.
Contó cómo volvió donde estaba Becky y le dio, con precauciones, la noticia, y ella
le dijo que no la mortificase con aquellas cosas porque estaba cansada y sabía que
iba a morir y lo deseaba. Relató cómo se esforzó para persuadirla, y cómo ella
pareció que iba a morirse de alegría cuando se arrastró hasta donde pudo ver el
remoto puntito de claridad azulada; cómo consiguió salir del agujero y después
ayudó para que ella saliese; cómo se quedaron allí sentados y lloraron de gozo;
cómo llegaron unos hombres en un bote y Tom los llamó y les contó su situación y
que perecían de hambre; cómo los hombres no querían creerle al principio, «porque
-decían- estáis cinco millas río abajo del Valle en que está la cueva», y después los
recogieron en el bote, los llevaron a una casa, les dieron de cenar, los hicieron
descansar hasta dos o tres horas después de anochecido y, por fin, los trajeron al
pueblo.
202
Preparado por Patricio Barros