Tom Sawyer
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Mark Twain
-Sí, será mejor. Puede que sea lo mejor.
-¿Sabrás el camino, Tom? Para mí no es más que un enredijo liadísimo.
-Creo que daré con él; pero lo malo son los murciélagos. Si nos apagasen las dos
velas sería un apuro grande. Vamos a ver si podemos ir por otra parte, sin pasar
por allí.
-Bueno; pero espero que no nos perderemos. ¡Qué miedo! Y la niña se estremeció
ante la horrenda posibilidad.
Echaron a andar por una galería y caminaron largo rato en silencio, mirando cada
nueva abertura para ver si encontraban algo que les fuera familiar en su aspecto.
Cada vez que Tom examinaba el camino, Becky no apartaba los ojos de su cara,
buscando algún signo tranquilizador, y él decía alegremente:
-¡Nada, no hay que tener cuidado! Ésta no es, pero ya daremos con otra en
seguida-. Pero iba sintiéndose menos esperanzado con cada fiasco, y empezó a
meterse por las galerías opuestas, completamente al azar, con la vana esperanza de
dar con la que hacía falta.
Aun seguía diciendo: «¡No importa!», pero el miedo le oprimía de tal modo el
corazón, que las palabras habían perdido su tono alentador y sonaban como si
dijera: «¡Todo está perdido!» Becky no se apartaba de su lado, luchando por
contener las lágrimas, sin poder conseguirlo.
-¡Tom! -dijo al fin-. No te importen los murciélagos. Volvamos por donde hemos
venido. Parece que cada vez estamos más extraviados.
Tom se detuvo.
-¡Escucha! -dijo.
Silencio absoluto; silencio tan profundo que hasta el rumor de sus respiraciones
resaltaba en aquella quietud. Tom gritó. La llamada fue despertando ecos por las
profundas oquedades y se desvaneció en la lejanía con un rumor que parecía las
convulsiones de una risa burlona.
-¡No! ¡No lo vuelvas a hacer, Tom! ¡Es horrible! -exclamó Becky
-Sí, es horroroso, Becky; pero más vale hacerlo. Puede que nos oigan -y Tom volvió
a gritar.
El puede constituía un horror aún más escalofriante que la risa diabólica, pues era la
confesión de una esperanza que se iba perdiendo. Los niños se quedaron quietos,
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Preparado por Patricio Barros