Tom Sawyer
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Mark Twain
punto le entró la ambición de ser un descubridor. Becky respondió a su
requerimiento. Hicieron una marca con el humo, para servirles más tarde de guía, y
emprendieron el avance. Fueron torciendo a derecha a izquierda, hundiéndose en
las ignoradas profundidades de la caverna; hicieron otra señal, y tomaron por una
ruta lateral en busca de novedades que poder contar a los de allá arriba. En sus
exploraciones dieron con una gruta, de cuyo techo pendían multitud de brillantes
estalactitas de gran tamaño. Dieron la vuelta a toda la cavidad, sorprendidos y
admirados, y luego siguieron por uno de los numerosos túneles que allí
desembocaban. Por allí fueron a parar a un maravilloso manantial, cuyo cauce
estaba incrustado como con una escarcha de fulgurantes cristales. Se hallaba en
una caverna cuyo techo parecía sostenido por muchos y fantásticos pilares
formados al unirse las estalactitas con las estalagmitas, obra del incesante goteo
durante siglos y siglos. Bajo el techo, grandes ristras de murciélagos se habían
agrupado por miles en cada racimo. Asustados por el resplandor de las velas,
bajaron en grandes bandadas, chillando y precipitándose contra las luces. Tom
sabía sus costumbres y el peligro que en ello había. Cogió a Becky por la mano y
tiró de ella hacia la primera abertura que encontró; y no fue demasiado pronto,
pues un murciélago apagó de un aletazo la vela que llevaba en la mano en el
momento de salir de la caverna. Los murciélagos persiguieron a los niños un gran
trecho; pero los fugitivos se metían por todos los pasadizos con que topaban, y al
fin se vieron libres de la persecución. Tom encontró poco después un lago
subterráneo que extendía su indecisa superficie a lo lejos, hasta desvanecerse en la
oscuridad. Quería explorar sus orillas, pero pensó que sería mejor sentarse y
descansar un rato antes de emprender la exploración. Y fue entonces cuando, por
primera vez, la profunda quietud de aquel lugar se posó como una mano húmeda y
fría sobre los ánimos de los dos niños.
-No me he dado cuenta -dijo Becky-, pero me parece que hace tanto tiempo que ya
no oímos a los demás...
Yo creo, Becky, que estamos mucho más abajo que ellos, y no sé si muy lejos al
norte, sur, este o lo que sea. Desde aquí no podemos oírlos.
Becky mostró cierta inquietud.
-¿Cuánto tiempo habremos estado aquí, Tom? Más vale que volvamos para atrás.
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Preparado por Patricio Barros