Tom Sawyer
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Mark Twain
-Esté usted seguro de ello. Esa es la marca del Señor y no deja de ponerla nunca.
La pone en alguna parte en toda criatura que sale de sus manos.
Al empezar la tarde grupos de hombres derrengados fueron llegando al pueblo; pero
los más vigorosos de entre los vecinos continuaban la busca. Todo lo que se llegó a
saber fue que se estaban registrando profundidades tan remotas de la cueva que
jamás habían sido exploradas; que no había recoveco ni hendidura que no fuera
minuciosamente examinado; que por cualquier lado que se fuese por entre el
laberinto de galerías, se veían luces que se movían de aquí para allá, y los gritos y
las detonaciones de pistolas repercutían en los ecos de los oscuros subterráneos. En
un sitio muy lejos de donde iban ordinariamente los turistas habían encontrado los
nombres de Tom y Becky trazados con humo sobre la roca y, a poca distancia, un
trozo de cinta manchado de sebo. La señora de Thatcher lo había reconocido
deshecha en lágrimas, y dijo que aquello sería el único recuerdo que tendría de su
niña y que sería el más preciado de todos, porque sería el último que habría dejado
en el mundo antes de su horrible fin. Contaban que de cuando en cuando se veía
oscilar en la cueva un débil destello de luz en la lejanía, y un tropel de hombres se
lanzaba corriendo hacia allá con gritos de alegría, y se encontraban con el amargo
desengaño que no estaban allí los niños: no era sino la luz de alguno de los
exploradores.
Tres días y tres noches pasaron lentos, abrumadores, y el pueblo fue cayendo en un
sopor sin esperanza.
Nadie tenía ánimos para nada. El descubrimiento casual que el propietario de la
Posada de Templaza escondía licores en el establecimiento casi no interesó a la
gente, a pesar de la tremenda importancia y magnitud del acontecimiento. En un
momento de lucidez, Huck, con débil voz, llevó la conversación a recaer sobre
posadas, y acabó por preguntar, temiendo vagamente lo peor, si se había
descubierto algo, desde que él estaba malo, en la Posada de Templanza.
-Sí -contestó la viuda.
Huck se incorporó con los ojos fuera de las órbitas.
-¿Qué? ¿Qué han descubierto?
-¡Bebidas!..., y han cerrado la posada. Échate, hijo: ¡qué susto me has dado!
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Preparado por Patricio Barros