Tom Sawyer
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Mark Twain
eso me pasó anoche. No podía dormir y subía por la calle, dándole vueltas al
asunto, y cuando llegaba a aquel almacén de ladrillos junto a la Posada de
Templanza me recosté de espaldas a la pared para pensar otro rato. Bueno; pues
en aquel momento llegan esos dos prójimos y pasan a mi lado con una cosa bajo el
brazo, y yo pensé que la habrían robado. El uno iba fumando y el otro le pidió
fuego; así es que se pararon delante de mí, y la lumbre de los cigarros les alumbró
las caras, y vi que el alto era el español sordomudo, por la barba blanca y el parche
en el ojo, y el otro era un facineroso roto lleno de jirones.
-¿Y pudiste ver los jirones con la lumbre de los cigarros? Esto azoró a Huck por un
momento. Después respondió:
-Bueno, no sé; pero me parece que lo vi.
-Después ellos echarían a andar, y tú...
-Sí; los seguí. Eso es: quería ver lo que traían entre manos, pues marchaban con
tanto recelo. Los seguí hasta el portillo de la finca de la viuda, y me quedé en lo
oscuro, y oí al de los harapos interceder por la viuda, y el español juraba que le
había de cortar la cara, lo mismo que le dije a usted y a sus dos...
-¿Cómo? ¡El mudo dijo todo eso!
Huck había dado otro irremediable tropezón. Hacía cuanto podía para impedir que el
viejo tuviera el menor barrunto de quién pudiera ser el español, y parecía que su
lengua tenía empeño en crearle dificultades a pesar de todos sus esfuerzos. Intentó
por diversos medios salir del atolladero, pero el anciano no le quitaba ojo, y se
embarulló cada vez más.
-Muchacho -dijo el galés-, no tengas miedo de mí; por nada del mundo te haría el
menor daño. No; yo te protegeré..., he de protegerte. Ese español no es
sordomudo; se te ha escapado sin querer, y ya no puedes enmendarlo. Tú sabes
algo de ese español y no quieres sacarlo a colación. Pues confía en mí: dime lo que
es, y fíate de mí: no he de hacerte traición.
Huck miró un momento los ojos sinceros y honrados del viejo, y después se inclinó
y murmuró en su oído:
-No es español... ¡es Joe el Indio!
El galés casi saltó de la silla.
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Preparado por Patricio Barros