Tom Sawyer
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Mark Twain
-Oye voy a decirte lo que hemos de hacer. En vez de ir a casa de Joe Harper
subimos al monte y vamos a casa de la viuda de Douglas. Tendrá helados. Los toma
casi todos los días..., carretadas de ellos. Y se ha de alegrar que vayamos.
-¡Qué divertido será!
Después Becky reflexionó un momento y añadió:
-Pero ¿qué va a decir mamá?
-¿Cómo va a saberlo? La niña rumió un rato la idea y dijo vacilante:
-Me parece que no está bien... pero...
-Pero... ¡nada! Tu madre no lo ha de saber, y así, ¿dónde está el mal? Lo que ella
quiere es que estés en lugar seguro, y apuesto a que te hubiera dicho que fueses
allí si se le llega a ocurrir. De seguro que sí.
La generosa hospitalidad de la viuda era un cebo tentador. Y ello y las persuasiones
de Tom ganaron la batalla. Se decidió, pues, a no decir nada a nadie en cuanto al
programa nocturno.
Después se le ocurrió a Tom que quizá Huck pudiera ir aquella noche y hacer la
señal. Esta idea le quitó gran parte del entusiasmo por su proyecto. Pero, con todo,
no se avenía a renunciar a los placeres de la mansión de la viuda. ¿Y por qué había
de renunciar? -pensaba-. Si aquella noche no hubo señal, ¿era más probable que la
hubiera la noche siguiente? El placer cierto que le aguardaba le atraía más que el
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Preparado por Patricio Barros