Tom Sawyer
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Mark Twain
apenas y el corazón le latía como si fuera a rompérsele. De pronto hubo un destello
de luz y Tom pasó ante él como una exhalación.
-¡Corre! -le dijo-. ¡Sálvate! ¡Corre!
No hubiera necesitado que se lo repitiera: la primera advertencia fue suficiente:
Huck estaba haciendo treinta o cuarenta millas por hora para cuando se oyó la
segunda. Ninguno de los dos se detuvo hasta que llegaron bajo el cobertizo de un
matadero abandonado, en las afueras del pueblo. Al tiempo que llegaban estalló la
tormenta y empezó a llover a cántaros. Tan pronto como Tom recobró el resuello,
dijo:
-Huck, ¡ha sido espantoso! Probé dos llaves con toda la suavidad que pude; pero
hacían tal ruido, que casi no podía tenerme en pie de puro miedo. Además, no
daban vuelta en la cerradura. Bueno, pues sin saber lo que hacía, cogí el tirador de
la puerta y... ¡se abrió! No estaba cerrada. Entré de puntillas y tiré la toalla, y..
¡Dios de mi vida!...
-¡Qué!..., ¿qué es lo que viste, Tom!
-Huck, ¡de poco le piso una mano a Joe el Indio!
-¡No!...
-¡Sí! Estaba tumbado, dormido como un leño, en el suelo, con el parche en el ojo y
los brazos abiertos.
-¿Y qué hiciste? ¿Se despertó?
-No, no se rebulló. Borracho, me figuro. No hice más que recoger la toalla y salir
disparado.
-Nunca hubiera yo reparado en la toalla.
Yo sí. ¡Habría que haber visto a mi tía si llego a perderla!
-Dime, Tom, ¿viste la caja?
-No me paré a mirar. No vi la caja ni la cruz. No vi más que una botella y un vaso
de estaño en el suelo a la vera de Joe. Sí, y vi dos barricas y la mar de botellas en
el cuarto. ¿No comprendes ahora qué es lo que le pasa a aquel cuarto?
-¿Qué?
-Pues que está encantado de whisky. Puede ser que en todas las «Posadas de
Templanza» tengan un cuarto encantado, ¿eh?
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Preparado por Patricio Barros