Tom Sawyer
www.librosmaravillosos.com
Mark Twain
En aquel momento cesó uno de los ronquidos. Joe el Indio se sentó, miró alrededor
y dirigió una aviesa sonrisa a su camarada, el cual tenía colgando la cabeza entre
las rodillas. Le empujó con el pie, diciéndole:
-¡Vamos! ¡Vaya un vigilante que estás hecho! Pero no importa; nada ha ocurrido.
-¡Diablo! ¿Me he dormido?
-Unas miajas. Ya es tiempo de ponerse en marcha, compadre. ¿Qué vamos a hacer
con lo poco de pasta que nos queda?
-No sé qué te diga; me parece que dejarla aquí como siempre hemos hecho. De
nada sirve que nos lo llevemos hasta que salgamos hacia el Sur. Seiscientos
cincuenta dólares en plata pesan un poco para llevarlos.
-Bueno; está bien...; no importa volver otra vez por aquí.
-No; pero habrá que venir de noche, como hacíamos antes. Es mejor.
-Sí, pero mira: puede pasar mucho tiempo antes que se presente una buena
ocasión para este golpe; pueden ocurrir accidentes, porque el sitio no es muy
bueno. Vamos a enterrarlo de verdad y a enterrarlo hondo.
-¡Buena idea! -dijo el compinche; y atravesando la habitación de rodillas, levantó
una de las losas del fogón y sacó un talego del que salía un grato tintineo. Extrajo
de él veinte o treinta dólares para él y otros tantos para Joe, y entregó el talego a
éste, que estaba arrodillado en un rincón, haciendo un agujero en el suelo con su
cuchillo.
En un instante olvidaron los muchachos todos sus temores y angustias. Con ávidos
ojos seguían hasta los menores movimientos. ¡Qué suerte! ¡No era posible imaginar
aquel